Llamamiento

Los Ovnis de Tampico-Madero.

La región en que se ubica el puerto de Tampico y Ciudad Madero, es la zona conocida como la “Faja de Oro”, gracias a que en toda la costa del Golfo de México se pueden encontrar ricos mantos de oro negro (petróleo). Según los expertos, esta costa que tiene una meseta continental, no es propicia para la pesca mayor ni para establecer puertos de altura. De manera que los que existen, son producto del sistema de ingeniería moderna y el dragado que permite la tecnología marítima moderna.

Por ubicarse estos puertos en la zona norte de México, retoma importancia el comercio y los embarques marítimos debido a la cercanía con los Estados Unidos de Norteamérica. Por unirse el Golfo de México con el Océano Atlántico, el comercio puede fluir hacia Europa, en donde se encuentran los países más ricos del mundo y las potencias militares más fuertes e industriosas. Tampico y Madero adquieren por ello una importancia que rebasa las fronteras de México y trasciende hacia el plano internacional, de ahí la importancia que tiene para muchos, estas dos ciudades.

Antecedente histórico.
Pero esta ubicación también tiene sus inconvenientes gracias a su posición geográfica, que expone a esta zona conurbada a los embates de ciclones, que año tras año golpean las costas de esta zona. En 1897 Tampico fue azotado por fuertes vientos huracanados que destruyeron muchas viviendas, y que provocó inundaciones extensas en las zonas bajas de esta ciudad. Situación similar han vivido los habitantes de este puerto, durante el siglo XX y más notablemente en 1933 y 1955.

En agosto de 1955, pasó de una agobiante sequía a la inclemencia de intensas lluvias que generaron una de las más grandes inundaciones. La situación empeoró con la presencia del huracán “Gladis”, que el 3 de septiembre de ese mismo año provocó copiosas tormentas, convirtiendo la ciudad en un caos. Días después los habitantes del puerto se volvieron a alarmar ante la amenaza de otro ciclón que azotó con furia esta zona, provocando una situación grave. Este ciclón bautizado con el nombre de “Hilda”, que el 19 de septiembre azotó esta zona con fuertes y veloces vientos que derribaron árboles y postes de alambrado público, etc. Al día siguiente la ciudad amaneció con las calles del centro totalmente inundadas sin energía eléctrica, ni agua potable, ni servicio telefónico. Este huracán penetró en tierra a más de 400 Kilómetros por hora.

Se estaban reparando los daños materiales y los servicios públicos de Tampico y Madero, cuando los medios de información dieron otra terrible noticia: “En el Mar Caribe se estaba formando otro ciclón de nombre “Janet”. Éste azotó las costas de Yucatán y se dirigió al puerto de Tampico. El nivel del Río Panuco subió veinte metros, se inundaron las colonias El Cascajal, Isleta y las zonas bajas de Ciudad Madero. El diámetro de este huracán llegó a extenderse aproximadamente 600 kilómetros.

Durante los últimos 50 años en Tamaulipas los huracanes no sólo se incrementaron, sino que en promedio, siete de los que se registran anualmente se ubican en categoría cinco. En 1967, arribó a Tamaulipas el huracán Viula, el cual impactó a Tamaulipas y parte de Estados Unidos. El huracán Camille fue el más intenso de 1969, hasta que Allen igualó dicho registro en 1980. La ciudad de Tampico no se vio afectada al igual que Cd. Madero, y la gente de este lugar le dio gracias a Dios por esta salvación, aunque desde ese día algunos porteños empezaron a darle el crédito de estos milagritos a alguien más.

Esta costumbre es prehispánica: acreditarles a los dioses el amparo recibido. Con los españoles la costumbre no cambió mucho y se les acreditaron los prodigios a los santos patronos. Así que no fue Dios el que salvó a Tampico y Madero. ¿Entonces quién fue? El huracán Gilberto daría la pauta para identificar a quienes cuidan a esta región. Gilberto se formó el 8 de septiembre de 1988. Se movió y se intensificó pasando a categoría de tormenta tropical. El 9 de septiembre recibió su nombre y avanzó hasta convertirse en huracán, categoría 3.

El 14 de septiembre tocó tierra en Yucatán y se mantuvo hasta impactar en La Pesca, Tamaulipas el 17 de septiembre; provocando inundaciones como lo hizo en la ciudad de Monterrey; en donde el ojo pasó casi por encima de esta ciudad, provocando 29 tornados en Texas. Tampico se salvó de milagro. Muchas personas en Tampico y Madero tomaron en serio la idea de que Tampico, Madero y Altamira, estaban protegidos por los ovnis. Hay quienes tratan este asunto como un simple rumor. El 27 de octubre del año 2008, una maestra y sus alumnos avistaron tres objetos extraños, parecidos a los famosos platillos voladores que Mausan observa en sus reportajes. Los tamaulipecos encontraron nuevos patronos a quienes acreditarles que esta región no sea azotada por lo huracanes.

Los amigos.
Carlos y José, son dos jóvenes que estudiaban en la escuela secundaria José María Morelos y Pavón, en el puerto de Tampico. Estos adolescentes estaban inscritos en tercer año, grupo A, y es ahí donde principia nuestra historia. Corría el mes de septiembre de 1994, la temporada de huracanes comenzaba y había zozobra en la ciudad.

El maestro de Ciencias Sociales advertía al grupo de los peligros que genera un huracán, y les informaba de algunas reglas de seguridad que era necesario tomar, para resguardar lo mejor posible las casas y a las personas que estaban en las partes bajas de la ciudad. Alguien dijo entre las filas del salón de clase: “No tenemos por qué preocuparnos, no nos va a pasar nada, los ovnis nos van a proteger”. Todos quedaron en silencio, y el maestro asombrado por aquella interrupción, preguntó: ¿Quién dijo eso?, dirigiéndose hacia el lugar en que se había escuchado la voz burlona. Todos volvieron a quedar en silencio mientras el maestro volvía a preguntar: ¿Quién dijo eso?

Todos los alumnos quedaron en silencio, hasta que uno de los alumnos, tomando valor, dijo con cierta timidez: -“Fue Elías, maestro”. Dirigiéndose el docente hacia el interfecto pregunto: -¿De dónde sacaste esa idea?, -“dice mi abuelo” -contesto Elías-, -“que los ovnis tienen una base frente a Madero, que ellos nos están cuidando y desvían a los huracanes para que azoten en Estados Unidos”. -“Ese es un rumor que no debe ser tomado con seriedad”, -dijo el docente-. -“Nosotros debemos de basarnos en la ciencia y no en las especulaciones de la gente”. -“Mi abuelo sí estudió”, increpó Elías y luego dijo: “El lee mucho y sabe muchas cosas”. El docente regresó la mirada al estudiante rezongón y dijo: -“Eso no garantiza que tu abuelo esté diciendo la verdad”.

Elías y el profesor cruzaron la mirada y entonces prosiguió la clase. Todos callaron y nadie volvió a contradecir al maestro, pero la duda quedó sembrada en dos pícaros alumnos, Carlos y José. El primero de ellos vivía en Ciudad Madero, en la colonia Obrera, a un par de calles de la colonia Primero de Mayo. José vivía en la colonia Anáhuac, a la altura del cruce de las lanchas de Casa Blanca. Ambos se habían conocido en la escuela y desde los primeros días de clase se convirtieron en buenos amigos.

Estos muchachos se juntaban con Elías, Perlita y Cristina. Cuando salía de clases, maquinitas; que por ese tiempo estaba muy de moda y cerca de la escuela. El padre de José, se dedicaba a la pesca y captura del ostión, por lo que había comprado un par de lanchas para realizar su trabajo. José tuvo la ventaja de aprender parte del oficio, así que por las tardes Carlos y José recorrían el río Panuco, costeando la orilla veracruzana y la tamaulipeca. Ambos se sentían marineros y tenían el sueño de estudiar en la escuela Náutica, del puerto de Tampico.

Elías, Cristina y Perlita no los acompañaban a sus aventuras, pero participan con ellos en trabajos escolares y algunas de sus travesuras de chamacos, siempre y cuando no se alejaran mucho del centro comercial de Tampico. Además de que Perla era la novia de Carlos y Cristina la novia de José. Sólo Elías no tenía pareja, pero lo apreciaban. Un día en que Carlos y José salieron de la escuela, acompañaron a las novias hasta la parada del autobús. Se despidieron de ellas y se dirigieron hacia el cruce de Casa Blanca. Tenían el propósito de ir hasta la playa en una de las lanchas que tenía el papá de José.

Ambos soñaban con recorrer el mundo a través del mar. Cruzaron hasta el lado de la Anáhuac y bordearon el río, hasta llegar a casa de José. La madre de éste los recibió en la puerta y los invitó a comer, porque José tenía que arreglar algunas cosas para salir de pesca con el papá. Los chamacos hicieron todo con rapidez, querían sentirse libres y recorrer el río hasta la bocana. Carlos y José sabían nadar muy bien, lo que hasta cierta medida tranquilizaba a los padres de ambos, cuando los veían con la intención de introducirse al río.Carlos y José abordaron la lancha y se dirigieron rumbo a la bocana y a las escolleras, para aventurarse en las aguas del mar. Mientras avanzaban se encontraron un par de barcos camaroneros, los cuales les hicieron bailotear un poco, haciendo ver la lanchita como una cáscara de nuez. Como ya estaban acostumbrados a ese tipo de eventos no le dieron mucha importancia, y siguieron con el objetivo de llegar hasta la orilla del mar. A escasos 500 metros de la escollera se encontraron con un barco carguero, que media un poco más de 200 metros de eslora.

Carlos se paró en la lancha y José le dijo: -“siéntate que nos podemos voltear con el bamboleo que se va a hacer. Carlos se sentó y vio pasar aquella mole de acero entrando a puerto que los hacía ver tan diminutos. Los marineros de aquella nave pasaron sin percatarse de la pequeña embarcación que estaba pasando junto a ellos. Carlos y José llegaron hasta la parte en que el río y el mar se juntan. Ahí se sintió un extraño movimiento y la lanchita parecía hundirse. Superado el inconveniente entraron en el mar, lo que hizo que la embarcación se estabilizara de nuevo.

La luz extraña.
Las aguas estaban tranquilas y los jóvenes enfilaron la pequeña embarcación, hacia la izquierda, para ubicarse a la altura de la calle Obregón y refinería. De ahí se dirigieron mar adentro. Avanzaron lentamente y después de cinco minutos de navegación, perdieron de vista la costa, lo cual preocupó a Carlos, pues no traían instrumentos de navegación, sólo como dicen por ahí: “A ojo de buen cubero” regresarían de nuevo al camino del que se habían alejado y nada más. Repentinamente José apagó el motor y se lanzó al agua. Carlos lo siguió y comenzaron a zambullirse una y otra vez. Una de esas veces, José le dijo a Carlos: -“Mira lo que hallé, una luz muy clara y verde está debajo de nuestros pies”. Ambos se volvieron a zabullir y llegaron hasta donde pudieron aguantar la respiración. Vieron una luz un poco más intensa, como la que José acababa de ver.
José le hizo señas a Carlos de que salieran a la superficie y cuando llegaron a ella, José le dijo a Carlos: -¿Viste la luz que yo vi? -Si -dijo Carlos y añadió: -¿Qué será tú? -No sé -dijo José-, -¿no será el reflejo del sol sobre el agua? -¿Pero, por qué se ve verde y no del color del sol? -dijo Carlos. -Pues porque el agua se ve verde allá abajo, -dijo José-. -Puede que tengas razón, -dijo Carlos-, -sumerjámonos de nuevo y veamos qué es.
Se volvieron a zambullir con mayor aire en los pulmones, para ahondarse un poco más y ver si lograban descubrir de dónde venía la luz y qué era. Lo hicieron quizás hasta un poco más de los 20 metros, quizás un poco menos pero en fin, lograron ver un poco más clara a la luz, distinguiendo el fondo un poco mejor que la primera vez. Pusieron atención y vieron un círculo, como si fuera un reflector o algo así. Volvieron con rapidez a la superficie y ahí discutieron sobre lo que habían visto.

Treparon a la lancha justo en el momento en que otro barco camaronero se dirigía al puerto, así que no batallaron para llegar seguros al hogar de José. Mientras llegaban se preguntaban uno al otro: ¿Qué sería lo que vimos?, ¿De dónde vendría esa luz?, ¿Sería alguna tubería de Pemex, o sería una fuga de gas o algo así? No hallaron respuesta a sus dudas, pero quedaron en guardar silencio y volver al día siguiente con algunos pequeños tanques de oxígeno, para entrar hasta el fondo si era posible.

El susto de su vida
Al día siguiente asistieron a clases, dejaron a las novias de nuevo en la parada acostumbrada y se dirigieron presurosos a la casa de José. Sus corazones aventureros latían fuertemente, por la emoción que les provocaba la aventura que estaba por iniciar de nuevo. Salieron al mar como lo habían hecho el día anterior, se posicionaron misma a la altura y se adentraron al mar. Calcularon el tiempo y luego se fueron despacio buscando en el fondo la luz que habían visto el día anterior.

Ya casi perdían la esperanza de hallar lo que buscaban, cuando Carlos gritó: -¡Mírala, ahí está de nuevo, qué bonita se ve la luz! José apagó el motor, soltó una especie de ancla y ambos se pusieron los pequeños tanques de oxígeno y se lanzaron al mar. Avanzaron hacia abajo, no supieron cuántos metros, pero casi tocaron fondo. Era una especie de montículo arenoso y sobre él estaba una especie de alcantarilla o claraboya, como cristalina vidriosa, con un posible diámetro de algunos 10 metros circulares, tal vez del tamaño de una pieza de casa. Parecía dura como una roca, cristalina, aparentemente transparente, pero no se veía hacia el interior o lo que estaba detrás de ella, o como quien, dice por debajo. Pasaron unos minutos observando, pero al no ver algo más, dieron por concluida la aventura y volvieron a la superficie.

La suerte estaba con ellos porque nuevamente venía otro barco camaronero, que se dirigía al puerto y lo siguieron de nuevo. A nadie le contaron lo que habían encontrado, y a la semana siguiente volvieron a realizar la misma empresa, hasta que vieron aquello como algo natural y confiable. En una de las visitas a ese lugar, Carlos y José habían hasta jugado alrededor de la escotilla y nada había sucedido. Los avistamientos de ovnis estaban a la orden del día y en varias colonias de Tampico y Ciudad Madero. Las personas hablaban de ellos. Más aún la gente que vivía cerca de Las Escolleras, decía haber visto extraños objetos durante el día, y por la noche luces multicolores. Carlos y José escucharon los comentarios en la escuela y en sus casas, pero nada dijeron al respecto; sólo permanecían callados, como ignorando los acontecimientos.

Pero el lunes de la sexta semana, se pusieron de acuerdo para ir de nuevo a ese lugar misterioso. Llegaron, anclaron la lancha, se pusieron sus tanques de oxígeno y se lanzaron al mar. Descendieron hasta una profundidad prudente en espera de acostumbrarse a la presión que ejercía sobre ese descenso. Luego procedieron a bajar hasta ver con toda claridad la luz de la escotilla. Pero esta vez, el lugar les tenía reservada una sorpresa.
Llegaron hasta el fondo, lo más cerca de lo que se podía a la escotilla, justo en el momento en que la arena se empezó a sacudir. Primero con suavidad, pero luego con violencia. Carlos y José se paralizaron de miedo porque nunca se hubieran imaginado que eso podría suceder y luego de reponerse se lanzaron con rapidez a la superficie, subieron a la lancha de prisa, y sin más preámbulo José echó a andar el motor poniendo distancia así entre aquel lugar y ellos.

La lancha arrancó a toda velocidad, en el momento en que de entre el agua surgía una especie de nave en forma de disco; la cual se elevó hacia el cielo en forma perpendicular con rumbo al oriente, mientras ellos iban a toda velocidad hacia el lado contrario. José y Carlos vieron con asombro aquella silueta color gris que despunto en el horizonte, hasta desaparecer en breves segundos.

Los muchachos hicieron el recorrido a toda velocidad sin volver a voltear, y llegaron a la casa de José, callados y espantados. La familia y amigos que estaban reunidos ahí, notaron en el rostro de los recién llegados el semblante que denotaba miedo, así que comenzaron a interrogar a los dos muchachos. Después de un par de evasivas, ellos contaron lo sucedido a los presentes, que los escucharon con asombro. Primero por el atrevimiento de incursionar en el mar y luego por los objetos extraños que habían descubierto.

Después de escuchar la narración, los padres de José los regañaron por el atrevimiento de hacerse a la mar sin el consentimiento de ellos y luego por no haber dicho nada del hallazgo que habían logrado. Pero una hora después, amigos y vecinos seguían a Carlos y a José por la ruta que habían seguido para llegar al encuentro de aquella cosa extraña y corroborar la historia que contaron los muchachos.

Seis lanchas se adentraron hasta el lugar en donde se suponía encontrarían aquella extraña escotilla. La gente que acompañó a los aventureros era experta en asuntos de mar, por lo que al no lograr descubrir algo de lo que escucharon en labios de los muchachos, decidieron hacer recorridos escalonados en el área indicada. Una hora después, cansados y casi en tinieblas, las seis lanchas regresaron al embarcadero mientras el papá de José regañaba a los muchachos por la broma que le habían jugado. Era evidente que no le iban a creer y así fue.

Cuando todos los vecinos se alejaron del lugar, en el fondo del mar se sacudió la arena y volvió a surgir la luz que no lograron distinguir los curiosos. Estaba oculta entre la arena, para no delatar aquella presencia y en un extraño lenguaje, se lanzó desde ahí un mensaje a cierta nave que venía entrando a la atmósfera: “Intrusos fuera, pueden llegar con toda confianza, los humanos ya se alejaron y quizás no vuelvan por aquí, base segura de nueva cuenta”. Comandante Galaxmec

Al día siguiente, Carlos y José eran acusados de mentirosos en la escuela y en sus casas y por consecuencia les hacían bromas de mal gusto.