Los Apuros de Angelihel.

Angelihel es un ángel que ha tenido comisiones difíciles, como el tener que batallar con seres humanos de dura cabeza y de duro corazón. Alejandro, un seudoestudiante de la zona conurbada de Madero y Tampico, ha sido uno de esos casos con los que Angelihel ha tenido problemas.

Alejandro, era el mayor de cuatro hijos que procreó la señora Bertha Bueno Mujer piadosa y de muchas rogativas al ser divino, siempre preocupada por el bienestar de sus hijos, lo cual hizo que ella les diera una buena educación, con lo que ellos se labraron un oficio.

Contando del menor al mayor, doña Bertha Bueno tuvo a un varón llamado Alejandro, a quien Angelihel tendría que cuidar. Luego vino el segundo hijo llamado Mariano, que tuvo la suerte de contar con el guardián de la fe, el ángel Sebastián. Luego vino un tercer hijo, a quien pusieron el nombre de Roberto, él quedó a cargo de los cuidados divinos del ángel Benigno. Por último vino una niña, que llevaría por nombre Mariana, a la que el ángel Candor tuvo la suerte de cuidar.

Doña Bertha, en sus devociones, siempre tenía presente el bienestar de sus cuatro vástagos. Ella era una mujer devota, con una fe inquebrantable en la bondad divina, por lo que cada vez que uno de sus hijos salía para cumplir con sus obligaciones, recibía siempre la bendición de la progenitora ya que dicen que la bendición de una madre, siempre alcanza a cada hijo, cundo caminan por los senderos que decidieron transitar.

Mientras los cuatro hermanos planeaban la agenda del día, los cuatro angelitos tomaban sus propias previsiones, para cuidar como era debido a los mozuelos. Cuando los tres hijos menores de doña Bertha abandonaban la casa materna, para cumplir con sus tareas. Los tres angelitos que les cuidaban salían contentos a cumplir con su deber y regresar a casa contentos de haber cumplido con su grata encomienda.
Pero cuando salía Alejandro el hijo mayor, la preocupación de Angelihel se acrecentaba, hasta convertirse en alerta, por la forma de ser de este mozuelo, que presumía de galán y hombre de mucho mundo.

No era extraño ver que cuando Alejandro regresaba a su casa, llegara maliciosamente contento, mientras que su ángel entrara caminando medio encorvado y con las alas caídas por el tenaz esfuerzo que le propiciaba la tarea de cuidar un alma tan inquieta, como lo era Alejandro.

Los otros angelitos, compadecidos por las condiciones en que regresaba Angelihel, le preguntaban desconcertados: -¿Cómo te fue el día de hoy?, Angelihel les contestaba: -peor que en la vez anterior. En otras ocasiones Angelihel regresaba solo, porque Alejandro igual se metía a un tugurio que en una casa de mala muerte, y como Angelihel era un ángel puro no podía entrar a esos lugares, por lo que debía regresar a casa, pero con la preocupación por la seguridad de su encomendado.

Así pasaron dos años de luchas continuas en el correr infructuoso de la vida quijotesca de Alejandro; hasta que un buen día las cosas cambiaron repentinamente. Alejandro salió de su casa seguido por Angelihel. Llegaron al centro de Tampico y entraron en aquel lugar ya por demás conocido el tristemente famoso Triangulo. Mientras Alejandro caminaba por una de las aceras de dicho lugar, se encontró a un viejo amigo, quien lo invitó a entrar a un antro de mala muerte.

Con el viejo conocido de Alejandro, venía un ser espiritual, viejo conocido de Angelihel, que tenia por nombre “Demoniel” y que en otras ocasiones le había disputado a Angelihel, el alma de otras personas. Los tres entraron a dicho lugar, a pesar de que Angelihel tocó el hombro de Alejandro para que desistiera de dicha invitación, insistiéndole y hablándole al oído. De nada le valió el esfuerzo por aquella alma impía, porque el asunto ya estaba decidido.

Alejandro no tomó en cuenta la advertencia de Angelihel y de buena gana entró al centro de perdición, y como Angelihel no pudo entrar, y la sonrisa triunfal de Demoniel no se hizo esperar por el triunfo logrado. Entonces se dirigió al ángel guardián con estas palabras: “Otra alma más que se te va”, y como ese maligno ser sí podía entra a dicho lugar, siguió a los interfectos para perderlos en el malsano placer del sexo y el alcohol; mientras que a Angelihel no le quedó más remedio que esperar, a las puertas de aquel lugar.

Pasaron algunas horas y Angelihel esperaba en la acera de enfrente. De repente se cruzaba la calle para recargarse en el poste de luz que estaba al frente de aquel lugar, o regresaba a la acera del tugurio, para recargarse al lado de la puerta de entrada. Así pasaron las horas, hasta que repentinamente la gente salía dando voces de urgente sorpresa, algo había pasado y todos pedían auxilio. El ángel protector de Alejandro, se acercó a la puerta de entrada y entonces escuchó lo que había pasado.

-Un parroquiano -ha muerto, dijo la gente que salía de aquel lugar-. La ambulancia apareció, con su angustiante sonido. Los paramédicos se abrieron paso entre la gente que abarrotaba aquel lugar. Alejandro había muerto de tremenda congestión alcohólica, la bebida le había arrebatado la vida. Angelihel derrotado desapareció sin que nadie le tomara en cuenta su noble misión. ¿Por qué los hombres se dejan llevar por la sinrazón, a costa de su propia vida?

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