La razón ante el deber.

Angelioli fue enviado con una misión a la Tierra: salvaguardar la vida de Antonio, un joven maderense que gustaba de la velocidad, y que al subir a su coche deportivo se transformaba en lo que quería ser, un piloto suicida. El lugar en que vivía el susodicho piloto se encontraba muy cerquita del tecnológico de Madero.

Angelioli llegó a la casa marcada con el número 1100 de Pedro J. Méndez, cruz con Ramos Arizpe. Ahí habitaba la familia de Antonio, un joven estudiante que tenía un coche deportivo que había recibido de manos de su orgulloso padre, don Pomponio; hombre de muchas historias y exagerados recuerdos, que influyeron desde pequeño en el ánimo de su vástago, que todos los días escuchaba las supuestas hazañas de su padre y que alentaron su gusto por hacer rugir el motor de su coche.

Contaba don Pomponio, que en una ocasión en que la patrulla de tránsito lo seguía por el bulevar López Mateos, él aceleró su auto, el cual brincó el camellón a la altura de la báscula, dando un giro de 180 grados, con tal precisión, que había quedado en el sentido de circulación, regresando hacia el centro de Tampico para perder a la patrulla que le seguía. La gente no le creía, pero lo que les impresionaba era el alcance de sus mentiras y la imaginación con que las contaba.

Su hijo le admiraba, por lo que su sueño era imitar las hazañas de su padre. Angelioli se encontró en casa de los ya mencionados pilotos, con el ángel Angeliel que trataba de cuidar a don Pompinio y que por cierto ya estaba cansado de sus chiflasones del jefe de ese hogar.

Antonio salía todas las mañanas con rumbo a la Universidad particular en que estudiaba, por el rumbo de Infonavit Cañada, así que tomaba la ruta bulevar López Mateos. Luego tomaba la calle 10 y por último la avenida Universidad, en donde se daba el gusto de correr su coche a velocidades por encima de las permitidas.

Sus amigos le preguntaban “¿qué era lo que le permitía manejar con tal arrojo?”, y un día les contó su secreto: Un ángel lo cuidaba y siempre viajaba en el asiento trasero de su auto, para guiarle en su camino y evitar cualquier percance que pudiera tener, por su irresponsable actitud. Con tan excelente compañía, Antonio no podía temer en cada una de sus osadías.

Cierto día su amigo Efrén, quiso comprobar la teoría de Antonio y decidió acompañarlo con el afán de disfrutar de su arrojo. Efrén subió al coche de su amigo y cuando tomó el lugar del copiloto, Antonio le indico con el índice para que mirara por el retrovisor del auto, hacia el asiento trasero. Efrén se maravilló de ver a dos celestiales criaturas, Angelioli y Angeliel, que habían venido en su ayuda. Estaban sentados en el asiento trasero muy quietecitos y listos para auxiliar al protegido.

Antonio quiso probar su suerte ante su amigo y para ello recorrieron la avenida Tamaulipas, para enfilarse después por el corredor urbano y bajar por la desviación hacia la carretera Tampico-Altamira, a la altura de conocida universidad de la Sultana del Norte. Cuando subieron al desnivel, repentinamente Efrén gritó: “la curva”. Al entrar en ella, Antonio perdió el control y estrelló su auto contra un infortunado trailero que circulaba por aquel lugar.

Todo quedó en penumbras, hasta que los dos amigos reaccionaron porque ya estaban frente a San pedro, listos para entrar al lugar en donde descansan las almas. Fue entonces cuando Efrén dijo: “creo que estamos muertos” -No puede ser, -respondió Antonio. -Si los dos ángeles venían con nosotros para protegernos, ¿qué nos paso entonces? En ese momento llegaron los dos ángeles a la puerta del paraíso.

Antonio interrumpió el informe que los dos ángeles estaban dando a San Pedro, diciéndoles: -¿Qué paso muchachos, por qué estamos aquí? los dos seres celestiales lo miraron fijamente y dijeron: -No sabemos, porque nosotros nos bajamos antes de la curva.

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