Capítulo V. El llamado del Yo.

“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”, Mateo 6:21. Muchas personas creen que para ser alguien en la vida, se debe tener dinero, casa, buen auto y una profesión. Ellos confían en la filosofía que reza así: “Dime cuánto dinero tienes y te diré cuánto vales”. Evidentemente en ello hay ignorancia Bíblica y científica. Si el hombre fue hecho a la imagen y semejanza de su Dios, con el solo hecho de nacer, ya es alguien en la vida. Qué lástima que no todos opinen lo mismo, porque ellos se ponen cargas que aun ni ellos pueden llevar. Muchos padres de familia, amigos y docentes forjan este tipo de conciencia entre los niños y adolescentes, condenándolos a la mediocridad espiritual.

Si una persona llega a vivir bajo este principio de la sociedad moderna, entonces deberá prepararse para enfrentar a los inconvenientes que le impondrán este tipo de criterio y demanda social. La calificación que realice un grupo social será tan importante para la vida de una persona, como el mismo aire que respira, atándole a este tipo de fe religiosa. La sociedad le enseño que su tesoro debería estar en los beneficios materiales, por lo que entonces su corazón deberá de estar en función del logro de los bienes materiales, con los que será aceptada en su grupo social.

El hombre se encuentra ante la alternativa de su vida. ¿Cuál será el llamado que tenga más importancia para él, ¿el llamado de Dios, el de la sociedad o el de su propio yo? Si el pensamiento del hombre está en las cosas de arriba, será el llamado de Dios; pero si para él cuenta más el qué dirá la sociedad, entonces serán las cosas de abajo, lo que rija su elección; pero si es su yo, entonces serán sus propios intereses, lo que determine su atención al llamado.

A muchos jóvenes y niños se les ha enseñado que un estudiante que obtiene altas calificaciones y un título profesional, en cierta clase de escuela, entonces será un triunfador. Qué pena provoca este criterio, porque cuando un estudiante termina su carrera termina como un desempleado con título. Muchos se han suicidado a causa de esta filosofía, ya que al entrar en el mundo real, se dan cuenta de lo vano que fue su esfuerzo y sintiéndose lejos de poder triunfar, toman la puerta falsa.

Otros se afanan por tratar de superar las barreras que encuentran en el camino y creen que si no logran ser el mejor, serán rechazados por todos, por lo que se esmeran en todo lo que hacen. Cuando logran triunfar, de acuerdo al canon social, se vuelven altaneros y orgullosos, pero cuando fracasan, se amargan y se llenan de resentimiento, contra la sociedad y los que le rodean.

Carlitos un triunfador.

Carlitos nació en un hogar donde él fue el mayor de los hijos y el único varón de cuatro hermanos. Desde pequeño salía con su padre a todas partes, quien se sentía orgulloso de su mancebo. Los amigos del progenitor le preguntaban a Carlitos, ¿qué vas a estudiar cuando seas grande?, por razones desconocidas el contestaba siempre: “Ingeniero”, de ahí que todos le dijeran El “Inge”. Carlitos comenzó su instrucción académica y las expectativas de la familia se empezaron a ver frustradas. Carlitos parecía no ser muy buen estudiante.

Los seis años de primaria no fueron exitosos y los tres de secundaria tampoco, mientras que sus tres hermanas eran todo lo contrario. El papá se comenzó a inclinar por las niñas y eso afecto la relación padre e hijo. Continuamente se hacían comparaciones entre el varoncito y las niñas, algo que en un principio afectó la estima de Carlitos, pero que con el tiempo se volvió algo que merecía su indiferencia. Camino a la universidad Carlitos desertó de la formación académica y se dedicó a trabajar. Sin ambiciones y sin metas en la vida, Carlos comenzó a transcurrir entre trabajo y trabajo y entre fracaso y fracaso. El sueño de ser ingeniero se había extinguido, casi desde su adolescencia. Casado, con un trabajo mediocre y sin mucho futuro, Carlos se hundía cada vez más en la sociedad media.

Un buen día se le presentó la oportunidad de encontrarse con sus amigos de la infancia, entre ellos Lupita, antigua novia que ahora era profesionista, quien se hacía acompañar por un joven que había concluido una carrera profesional. Carlos se esforzó por mostrarse alegre y confiado, aun cuando en su interior parecía que todo se derrumbaba. Él había añorado una carrera profesional, siempre se le había dicho que ese logro era parte del éxito de una persona, que la mejor herencia que un padre de familia podía dejar a sus hijos era ese tipo de formación.

Carlos pudo ver que a sus amigos les estaba yendo muy bien, tenían además un buen coche y todo parecía que les sonreía en la vida. Sin embargo a él, parecía que todo le estaba saliendo al revés. Por primera vez se sintió fracasado y perdido, más, cuando sintió el menosprecio que le hizo la madre de Lupita. Sintió que era hora de regresar a la pelea y se propuso regresar a los estudios. Como dicha decisión fue tomada sin la voluntad de Dios, era normal que se le escuchara decir, “mis estudios”. La estima de Carlitos continuaba por los suelos. Había días en que veía muy lejana la hora de terminar los estudios universitarios y se hundía en la melancolía y frustración.

Terminó los estudios universitarios, ahora era necesario buscar un mejor empleo que le permitiera superar su condición social y económica. Decía con orgullo “Soy profesionista, ya tengo mi carrera”. Así que todo el que osara llamarle por su nombre era sancionado por Carlos, recordándole que al señor “Licenciado” Carlos, su trabajo le había costado, por eso no permitía que nadie se dirigiera a él, sin anexarle el título de “Licenciado”. Pobre sujeto, creía que ya era alguien en la vida. Así se lo habían inculcado padres, amigos y la sociedad misma; sin embargo, eso no significaba que había alcanzado el éxito y la realización humana.

Las hermanas de Carlitos terminaron los estudios tiempo después que él, por lo que el día en que éste se tituló, le envió una copia del documento a su padre para que viera que el hijo menospreciado ya era un profesionista. Pocas veces sabe el hombre, que los parámetros con que el mide el éxito son subjetivos, mientras que los parámetros de Dios son absolutos. Mucho menos sabe que esa forma de medir de los hombres genera más daño que bendición, mientras que la medida de Dios siempre será una bendición para todos los hombres que aprenden a ser valorados por la regla de Dios. Para los seres humanos el éxito se mide por los logros, mientras que para Dios se mide por la obediencia a sus mandamientos.

Carlitos se volvió exigente y elitista por tener una profesión, lo cual fue considerado por todos los que le trataban, como arrogancia y prepotencia, ¡pobre de Carlos!, la sociedad y su familia habían cometido muchos errores en la filosofía con que lo habían educado y ahora continuaban haciendo lo mismo. El buen Carlos se ganó la indiferencia y el rechazo de mucha gente. Eso le quitó oportunidades que le hubieran sido útiles para alcanzar algunos logros; que le dieran una mejor posibilidad de tener dinero y posición social, algo que él añoraba como resultado de su formación personal, en la que todo el mundo había tenido qué ver. Llegada la hora de la verdad, Carlos contempló con desencanto que él es uno más entre los suyos. Únicamente para beneficios personales le han servido los estudios.

Logró superar su complejo de inferioridad, sólo que lo cambió por el de superioridad, que para el caso da lo mismo. Carlitos ahora no solamente es un acomplejado que exige reconocimiento a su profesionalidad, sino que además sigue buscando ansiosamente el bienestar social que le brindará el dinero, el título de una profesión y su capacidad humana para vencer los inconvenientes. Sigue ignorando en qué consiste la calidad, el éxito y la excelencia humana. En cada conferencia a las que asiste escucha esta nueva filosofía (calidad, excelencia y éxito), pero parece que nadie ahí sabe de qué se trata eso que suena bonito.

Cada vez que usted amigo lector, tenga a bien encontrarse con Carlitos, no olvide que él es el “Licenciado” (Ingeniero, Doctor, etc.) y que merece su reconocimiento, por lo que deberá de ponerse siempre de pie, cuando él pase al frente, de no hacerlo, usted será considerado un irrespetuoso y antisocial, por lo que no deberá de extrañarle que Carlitos lo tenga en menos por su actitud.

Formación del yo.

Al yo, padres, amigos y maestros se encargan de alimentarlo. “Tú tienes que ser diferente a todos los otros niños”. Él lo cree porque de seguro que los mayores no mienten y cuando llega a la adolescencia busca ser distinto a los demás, se cuelga cuanta cosa puede, para no terminar siendo alguien común, un “Don Nadie”, como cuando le insisten en lo que no debe ser.

El no quiere ser rechazado, por ello se pinta el pelo, se vuelve estrafalario y los padres ponen el grito en el cielo. ¿Pero que acaso no le dijeron que debería de ser diferente a los demás? ¿No se le dijo que era único e irrepetible, que cuando él había nacido rompieron el molde? Ahora descubre que no lo entienden y trata de ser aceptado por otras personas, ¿quién mejor que los de su edad? Surge entonces la unidad entre los adolescentes.

El niño entra a la adolescencia con una realidad, la crítica y sanción familiar; la búsqueda de su propia identidad y razón de la existencia. Aprende a llamar la atención pero nuevamente falla porque su manera de ser y pensar, así como el modo de vestir no le permiten ser aceptado por los adultos. Ahora le dicen que debe ser como su familia, que debe entrar a la escuela con uniforme, que debe de comportarse como los chicos de su edad. ¿Cómo debe ser un adolescente que fue enseñado de manera contraria, cuando le enseñaron que él debería ser distinto a todos los demás? ¿No le dijo el psicólogo y el profesor que era único en el universo, que no existía nadie que se le pareciera? ¿Y ahora quieren que sea como todos los que viven a su alrededor?

Pobre de los muchachos que no saben a donde van, porque sus padres, maestros y sociedad están igual. La sociedad y la familia tienen ideas y principios subjetivos, ahora prevalece lo que mañana se pretenderá echar por tierra. Esa manera relativa de vivir, confunde a los adolescentes y propicia más rebeldía que aprendizaje, más confusión que integración social. El hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios, lo que es suficiente para ser alguien en la vida.

Ser especial es una garantía de ser como el Señor, tener su imagen, semejanza en la manera de ser, pensar y actuar, con que Cristo nos legó su ministerio. Nunca se debe olvidar que todos somos iguales, que ninguna diferencia hizo entre unos y otros, sino que todos debemos de ser uno, porque El Padre y el Salvador son uno, todos debemos de ser uno con Ellos.

Como estudiante, el yo aprende a recibir gratificaciones por sus logros, si obtiene buenas calificaciones, deberá de ser merecedor de la alabanza, el premio y ciertas garantías que no deben de tener los que obtuvieron baja calificación, en el ejercicio académico. El yo aprende que entre mayor sea su calificación escolar, mayor es el valor que tendrá ante los demás y por lo tanto su esperanza de vida es mejor. Si obtiene baja calificación, será considerado una persona común; alguien que nunca podrá llegar muy lejos. Entonces tener un titulo debe de ser garantía de riqueza, poder y gloria. El éxito, la excelencia y la calidad de vida son medidos por estos parámetros en la sociedad y los grupos que la integran.

Hasta los evangélicos miden con esta regla a los demás. El evangelio de la prosperidad proclama que si un creyente tiene buen auto, casa, profesión y dinero, es alguien bendecido por Dios, si carece de todo esto o parte de ello, es porque vive bajo la maldición del pecado. Los neopentecostales avivan mucho el estatus y la vanidad de la gente. A todo mundo le gusta saber que es un triunfador, nadie quiere saber o reconocer sus fracasos.

Es fácil ser cristiano, si se llena este requisito, porque si nos basamos en la santidad, como elemento que garantiza el cristianismo, a lo mejor no pasan la prueba muchos de los que piensan así. Mejor ahí lo dejamos, que sean otros los que arreglen el asunto. Dios ve el éxito, desde una perspectiva muy distinta a como lo ve el mundo y sus grupos sociales. El éxito del mundo, es para aquí en vida; el éxito para Dios, está en la eternidad.

El yo y las bendiciones.

Alberto nació en una cuna humilde en Tamaulipas, México. Tuvo que trabajar desde pequeño para costearse sus estudios, soñaba con tener lo necesario para vivir y poder ayudar a sus padres y hermanos. Lo único a lo que se dedicó en la adolescencia y juventud que le permito estudiar una carrera universitaria combinada con el trabajo, fue trabajar como obrero de la construcción. Ahí se pasó buenos años de vida y esfuerzo; lo cual curtió no sólo su piel, incluso también su ánimo por llegar algún día a ser profesionista.

Ingresó a la preparatoria y de ahí a la universidad, siempre vestido con ropa de obrero, pero con muchas ganas de estudiar. Su padre no podía sostener la casa. Eran muchos chamacos a los que tenía que alimentar, de manera que el que quería estudiar, lo tendría que lograr por sí mismo y Alberto aceptó el reto. Pasó el tiempo y acumuló la experiencia en el trabajo, lo que le valió para terminar la carrera de Ingeniero Civil. Pronto tendría que hacer gala de la teoría y la práctica.

Ingresó y pronto consiguió trabajo para ejercer su profesión, quedó al frente de una obra regular. Por su edad, los más viejos lo veían como un aprendiz, creían que él sólo se había formado en los libros. Alberto era entusiasta y meticuloso en su trabajo, le gustaba que todo marchara bien conforme a lo planeado, la vida le enseñó que sólo los que tienen metas y buena organización, pueden progresar en la vida y así le gustaba trabajar y vivir.

Llegada la hora de demostrar cierto día que trabaja en la obra, notó que el concreto estaba muy escaso de cemento, bajó de donde andaba y le pidió al mayordomo que aumentara más cemento a la mezcla. Los trabajadores le hicieron caso de mala gana y continuaron su trabajo. Más adelante notó que la revoltura estaba muy escasa de agua y bajó nuevamente para hacer esa solicitud. El mayordomo obedeció de mala gana.

Alberto continuó con su supervisión y nuevamente observó otro detalle: la mezcla no estaba siendo bien tratada, le faltaba que la revolvieran un poco más, por lo que bajó nuevamente. El mayordomo de la obra ya no aguantó más y molesto le dijo: “Hágalo usted”. Alberto se quitó lo que traía encima y con gran destreza le dio una vuelta total a la revoltura, clavó la pala sobre la mezcla y sin decir nada se retiró, dejando a todos apenados, Alberto les había demostrado que además de saber mandar sabía también trabajar.

Por muy humilde que sea un trabajo, es la estima que tenemos de las cosas lo que nos hace darle el valor como bendición de Dios o considerarlo como algo tedioso. Si en el concepto materialista está nuestro tesoro, ahí estará también el corazón. Si en el concepto de Dios está nuestro tesoro, entonces ahí estará nuestro corazón el yo con una baja estima tiene su valor en las cosas que posee, pero el yo que ha sido transformado por Cristo, tiene el valor en el servicio que se brinda en bien del prójimo, por más humilde que parezca lo que se va a hacer.

El valor del matrimonio, de un servicio cristiano o del ejercicio de una profesión, estará acorde con el amor con que se realicen las cosas. El Señor nos enseña que todo lo que hagamos, lo hagamos para el Señor. Si se hace para un hermano más pequeño se hace para el Señor. Quien tiene una estima baja de sí mismo, no podrá disfrutar de esta verdad y será toda la vida codependiente del reconocimiento social.

Una trabajadora de un banco, vino hasta el pastor y le dijo: “Hoy me siento bien, porque pude esta semana trabajar para el Señor”. El pastor la miro y le preguntó: ¿”Y para quién había estado trabajando durante el año”? “Para lo material”, contestó la oveja. El pastor replicó: ¿”Entonces cuando usted está frente a los clientes del banco lo hace para ellos y no para el Señor”?

La creyente miró con extrañeza al pastor y le dijo: “Tengo entendido que nosotros trabajamos para el mundo; mientras ustedes, los pastores, trabajan para Dios”. El pastor sonrió y dijo: “Ahora entiendo porqué a muchos creyentes les parece tedioso su trabajo, porque lo hacen para el mundo y no para el Señor”. Nuestro llamado consiste en servir a Dios a través del servicio que le damos a nuestro prójimo. Si el “yo” lo entiende, entonces estará satisfecho de sus logros; si lo entiende en función de concepto del mundo, entonces se afanara en acumular títulos, bienes materiales y reconocimientos, algo a lo que no somos llamados, porque para eso no fuimos creados por Dios.

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