Capitulo VI. Llamamiento de Dios.

El Señor nos llama para tres cosas: Para ser salvos, para ser santificados y para evangelizar al mundo. Esta es la gran comisión. (Mateo 28:19-20). Todos los seres humanos venimos al mundo para cumplir con esta misión que Dios nos encomendó. No es algo que tenemos que adivinar, Dios es muy claro en el llamado que le hace a la humanidad. Dios llama y nos provee de todos los recursos necesarios para que cumplamos con la comisión, sólo espera que nosotros obedezcamos, porque Él ya cumplió con su parte.

Dios formo al hombre a su imagen y semejanza, para tener con quien compartir su creación, de lo contrario no lo hubiera hecho con las dos grandes virtudes con que lo formo (Génesis 1:27): la de ser persona y la de tener sus cualidades. En segundo lugar nos puso sobre la Tierra, en un bello huerto para que lo labrásemos (Génesis 2:8). Cuando el hombre peco, Dios le quitó sus primeros privilegios, como el contacto directo que el hombre tenia con Él (Génesis 3:23). Sin embargo, proveyó un camino de salvación por causa del pecado humano (Génesis 3:15). El hombre peco más aun y Dios proveyó un plan alterno (Génesis 6:5-8).

Pasado el tiempo después del diluvio, nuevamente la maldad del hombre rebaso la razón y la lógica, nuevamente Dios se preparó un pueblo. (Génesis 11:1-8). Bajo estas condiciones, Dios comenzó a permitir que el hombre interviniera en la redención que Él tenía provista, para ello llamó al patriarca Abraham (Génesis 12:1-3). Así comenzó la lista de personajes que llamaría para dirigir y ministrar a su pueblo, de Abraham hasta Moisés, de éste hasta los jueces y de éstos hasta los reyes de Israel. Sin embargo, el hombre continuó en su rebelión y pecado contra Dios. Así que llamara a los profetas con una comisión especifica.

Trilogía del Llamamiento
Cuadro 3

Cada profeta fue llamado bajo las necesidades que presentaba el pueblo; Para ello le dio a cada uno una capacidad y la virtud de servicio. A Isaías lo llamó para que fuera el primer escritor del Evangelio. A Jeremías para proclamar el mensaje en los momentos más cruciales de Judá. Al creyente Amós para que fuera profeta sin serlo de profesión.

A Óseas, para dar con su vida la mejor parábola que podía enviarles el Señor, comisión que no cualquiera estaría dispuesto a llevar. Así la lista se extiende hasta llegar con Juan el Bautista, Pablo, Pedro y otros tantos más, que bien pudiéramos mencionar y que a cada uno de ellos, el Señor los llamó para que cumplieran con una encomienda especifica.


Jeremías el grande.

Jeremías es llamado incorrectamente el profeta llorón; pero esa opinión nada tiene que ver con la realidad, el mote seguramente surgió de quien tuvo poca visión del llamado de este siervo de Dios, lo cual tristemente algunos analistas superficiales lo han seguido proclamando. Si esta idea es llevada a una discusión bajo la óptica o cánones que el mundo utiliza para medir el éxito de las personas, quizás sea comprensible para algunos que se opine así, pero el asunto es que el llamado de Dios no se mide con esta norma. El canon de Dios y el de los hombres difieren, porque se basan en principios distintos.

Las normas de Dios son absolutas y los del hombre son subjetivos o relativos. Para el canon de Dios Jeremías es un triunfador, un hombre de éxito, porque supo obedecerlo, por encima de toda adversidad y en toda la extensión de la palabra, mientras que para la gente es un llorón o fracasado, porque no logró mover a grandes multitudes como lo hizo Jonás, Billy Graham, Marcos W., etc.

Jeremías tuvo un llamamiento particular, él debía estar bien preparado para cumplir con la voluntad y propósito de Dios para su vida y la del pueblo que tenía que ser ministrado. Consciente de la responsabilidad que ello implicaba, Jeremías iba solo contra el mundo, para enfrentarse a todo tipo de oposición. Sus vecinos le acecharían buscando su mal (Jeremías 11:19-21), su familia lo abandonaría en el fragor de la batalla (Jeremías 12:6), Los líderes del pueblo estarían en su contra y desatarían una fuerte persecución contra él (Jeremías 20:1-2), sus amigos le harían burla (Jeremías 20:10), todo el pueblo estaría en su contra (Jeremías 26:8) y el rey se le opondría (Jeremías 36:23). Jamás se ha leído en el Antiguo Testamento, de una oposición tan fuerte como la que vivió Jeremías, de tal forma que podemos estar seguros de que el profeta Jeremías, es el apóstol Pablo de su tiempo, o Pablo en Jeremías del Nuevo Testamento.

Para tan grande empresa se necesita un carácter colérico y una personalidad bien plantada, con esta oposición es difícil ver a un hombre melancólico, soportando este tipo de responsabilidad. Una empresa así, requiere de un hombre que pueda resistir toda clase de oposición. Es difícil encontrar en este tiempo a un líder evangélico que pueda dar el kilo como lo dio Jeremías, por eso fue llamado él y no otro. La crisis y presión psicológica a la que se debía de someter, por causa del rechazo, está por encima de las expectativas de cualquier líder de nuestro tiempo (Jeremías 20:7-8). Su frustración rebasa nuestro estado emocional, él tuvo que denunciar la destrucción y tratando de impedirla, no logró detener la locura pecaminosa de Israel.

Jeremías sintió la presión de renunciar por causa de su situación, muchos líderes lo han hecho por mucho menos que eso. El desgarre emocional al que fue sometido lo hizo más fuerte y no renunció, porque el espíritu de Dios había impreso con poder el llamado al ministerio (Jeremías 20:9-11). Su experiencia de santificación rebasa a la de muchos creyentes y líderes. “Fui seducido”, exclama con potencia, “Más fuerte fuiste que yo y me venciste”, que tremendo momento de convicción en el llamado. No hay regreso, otros han renunciado pero no Jeremías, el no es un cobarde que abandona su fe y llamamiento. “Dije, no hablaré más en tu nombre”, pero el fuego poderoso del Espíritu Santo no se lo permitió, porque el ministerio de Jeremías se había forjado con este poder, de tal forma que contra viento y marea salió nuevamente el profeta en pro de la oposición, de la crítica y del rechazo para denunciar el pecado, sin perder el tiempo de Dios.

Cualquier líder cristiano que compara sus pruebas y luchas a las del profeta, no puede menos que continuar ante el ejemplo que nos deja, mucho más aún si compara su llamado al del Señor Jesús. Pero las cosas no quedaron ahí, Jeremías estuvo preso y en el cepo (Jeremías 20:). También fue abandonado en una cisterna por causa del llamado y ministerio recibido por parte de Dios (Jeremías 38:6). Salió de ahí sólo para contemplar muerte y destrucción que no pudo detener, a pesar de su entereza y persistencia en el llamado (Jeremías 30:5). Pareciera ser traumático su llamado y ejercicio ministerial. Mas si nos vamos por la tradición de que el profeta murió en tierra extraña (Egipto). Jeremías es un hombre de éxito, un excelente líder y un triunfador, porque hizo lo que Dios le mandó y no dejó las cosas a medias.


Amós sin herencia ministerial.

Este profeta no es llamado porque tuviera herencia ministerial de Dios, con mucho respeto a los hijos de pastor que si tienen esta herencia y actualmente no son pastores, algo seguro es que no escaparán de dar cuentas por ello. Amós era simplemente un campesino, alguien dedicado a la vida tranquila que ofrece el campo; buen devoto de la fe judía ante los ojos del Señor, fue escogido para ir al ministerio cuando no tenía la obligación hereditaria de hacerlo. Es el clásico miembro de una congregación, que ocupa el lugar que los hijos de pastores que están dejando a un lado el llamado de Dios.

Su comisión fue específica y la forma en que se proveyó de recursos para ejercer su ministerio también. Encontró oposición (Amos 7:10), pero cumplió en su tiempo con el plan de Dios y cuando terminó la obra, giró sobre sus pies con rumbo a casa, la misión estaba cumplida y Amós se perdió en la historia como un gran profeta y siervo del Señor. Pocos han tenido la convicción de este profeta. No es fácil decir que se escuchó la voz de Dios y dejando el trabajo personal, se encomiende alguien a una tarea para servir sin paga, apoyo y aceptación, tal fue el caso de Amós. De entre todo el reino del sur, sólo Amós llenaba los requisitos para obedecer el llamado Divino.


Óseas, figura retórica en vivo.

Óseas, quien vivió en carne propia la parábola con que Dios denunciaría el amor infiel de Israel (la mujer adúltera), que teniéndolo todo para ser feliz en la Tierra, lo cambia por el amor fugaz de sus amantes. Este llamado que Dios le hizo a Óseas sigue siendo para muchos tan inexplicable, como de seguro lo fue, para la gente que vivió los tiempos del profeta. Las especulaciones están a la orden del día, ¿pero quién puede desentrañar el misterio del Señor?

El profeta recibió un llamamiento único y tuvo la oportunidad de experimentar el calvario del Señor, viviendo entre el amor incomprendido de Dios y la sin razón moral en que vivía el pueblo de Israel. No había en el tiempo del profeta, alguien capaz de cumplir con esta comisión, Dios se proveyó de un instrumento de acuerdo a sus propósitos, por eso llamó a Óseas y no a otro. Si un creyente recibe el llamado de Dios para empresas de gran peso, no debe de preguntarse ¿Por qué a mí? Más bien debe de glorificar a Dios diciendo: “qué honor que me hayas llamado a mí”.


Pablo, el gran apóstol.

Muchos critican al apóstol porque evidentemente hacen un análisis superficial de su llamamiento y ministerio. El Señor Jesús es muy claro a este respecto. Le dice a Ananías: “Vé, porque instrumento escogido me es éste…. (Hechos 9:15), ¿para qué?, para llevar el nombre del Salvador a los gentiles, los reyes y al pueblo de Israel. No harían ese trabajo los otros discípulos, era la comisión específica de Pablo y nadie más.

Pero el llamado y ministerio Paulino, tenían un precio específico como el de Jeremías y otros grandes profetas. “Le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi causa” (Hechos 9:16). Por esta razón no podía entretenerse con Juan Marcos, cuando contendió con Bernabé. Su trabajo era urgente, el discipulado de este joven podía quedar en manos de alguien más. Por algo menos importante los apóstoles no quisieron dejar su comisión (Hechos 6:2) para terminar sirviendo las mesas, no porque ello fuere indigno, sino porque no se entretendrían en cosas generales que otros podían hacer.

¿Por qué entonces quieren muchos de los críticos que tiene Pablo, que éste abandone su llamado y ministerio para atender a Juan Marcos? Porque no han entendido la dimensión del llamamiento Paulino y muchos menos de lo específico que es cada ministerio. Entonces podemos especular, quienes critican a Pablo o Jeremías, ¿entienden su propio llamado? Porque si no entienden el de Jeremías o Pablo, ¿podrán entender el de ellos? ¿Por qué a mí? El Señor se lo dejó muy claro a Pedro: “Si yo quiero que él quede, ¿a ti qué? ¡Sígueme tú!

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