Capítulo II. Boleto sin Regreso.

Los seres humanos debemos entender que hay cosas en la vida que por más que nos arrepintamos después de haberlas cometido y nos esforcemos para corregirlas, tendrán consecuencias que en muchos de los casos, serán difíciles y hasta imposibles de restituir. Por ello debemos de pensar dos veces las cosas antes de actuar o tomar una decisión sin la dirección de Dios. Tres decisiones determinan e influyen sobre el presente y futuro humano. La relación que uno tenga con Dios, la elección de un cónyuge y la profesión que abrazará una persona. La orientación vocacional pretende canalizar sus esfuerzos en esto, para que la gente tenga la oportunidad de tomar tres buenas decisiones.

Todo aquel que viene a este mundo, es una promesa fiel de éxito, felicidad y victoria, es un proyecto de Dios, no sólo para esta vida, también lo es para la eternidad en la morada con Dios. ¿Qué es entonces lo que determina que esto se cumpla en la vida de una persona? La respuesta es sencilla. ¿Que clase de relación ha establecido ella con El Verdadero Dios? La respuesta es muy importante, ya que de ello dependerá la forma en que una persona piense, sienta y actué en relación con todos sus semejantes y con Dios. De la relación con Dios también depende la visión, razón y sentido que adquiera sobre su existencia.

Los seres humanos estamos diseñados para disfrutar de las bondades que tiene la naturaleza. El hombre no fue creado para el fracaso, el pecado o el infierno. El hombre es un proyecto de Dios, sobre el cual se ha de derramar el torrente de fe, amor, esperanza y bendición, que beneficiará a su familia, trabajo y sociedad. Los hombres que alcanzan la salvación, deben de estar conscientes de esa esperanza que proviene de Dios. También debe estar consciente que existe un ladrón que intentará robar las promesas que nos han sido preparadas. Siempre que estemos en buena relación con Dios percibiremos esta realidad, si interrumpimos nuestra relación con Dios, perderemos la visión.


La vida en la tierra.

La vida en esta tierra tiene un parecido social con tres lugares por los que comúnmente pasamos: una central de autobuses, una estación de ferrocarril y un aeropuerto. Al entrar a uno de estos lugares, notamos de inmediato la presencia de una diversidad de personas, de todas las clases sociales y con diferentes gustos y religiones. También descubrimos que en estos lugares existen tiendas de regalos, en los cuales se expenden productos muy bonitos que podemos adquirir de paso a donde nos dirigimos. Hay bancos donde podemos hacer transacciones importantes y depositar o retirar dinero.

También vemos que existe siempre un buen restaurant, con alimentos que pueden mitigar el buen gusto del paladar. Existen boticas o farmacias y cuentan con toda clase de servicios. Sus salas de espera tienen butacas o sillones confortables, con aire acondicionado y bellos pasillos de espera, ahí podemos comprar revistas. También hay televisiones que permiten la recreación de los viajeros mientras están en espera de su salida. Muchas personas transitan por ahí, con el propósito de realizar negocios, otros con el de tener un encuentro con sus seres queridos; unos sueñan con grandes proezas; otros pasan indiferentes ante los demás. Los rostros de las personas demuestran un sinnúmero de actitudes y creencias.

Pero estos lugares tienen un detalle, no son espacios de recreo, ni lugares para habitación permanente. Son lugares de paso, nadie llega a ellos con la pretensión de residir ahí por tiempo indefinido. La vida sobre esta tierra tiene las mismas características que tienen estos lugares, si tan solo pudiéramos entender la semejanza, alcanzaríamos a comprender el propósito de Dios para nuestra vida, sobre esta tierra.

Comúnmente la gente vive aquí como si la existencia fuera eterna, se olvidan que solo es un alto en una estación de paso. Nadie radica en una central de autobús, en una estación de tren o en un aeropuerto. Todos los que están ahí sólo van de paso a menos que trabajen ahí. Nuestro paso por la tierra, es momentáneo, nadie se quedará aquí eternamente. Cada decisión que hagamos a partir de hoy, debe estar bajo esta óptica, para que podamos entender la visión de Dios y atender el llamado que nos esta haciendo. Él nos llama para ser más que simples miembros de una congregación. Lo que Él espera de nosotros, trasciende a la vida eterna.


Comprando el boleto.

En cierta región del norte de México existió un joven, hoy adulto, que lleva por nombre Martín. Era el tercer hijo en la línea familiar, con aproximadamente ocho hermanos. Sus dos hermanas mayores se casaron muy jovencitas, como es la costumbre en ciertos pueblos norteños de México. Su familia gustaba de mantener la unidad, pero no a través de costumbres meramente religiosas o sociales, sino a través de la alegría que produce para muchos el alcohol.

Las hermanas y cuñados de Martín llegaban cada fin de semana al hogar paterno y de inmediato comenzaban a ingerir bebidas embriagantes junto con los padres de familia. Algo que a Martín, de escasos 17 años le molestaba. No podía comprender ese estilo de vida, sin sentido y sin deseos de progresar, ni esa manera descuidada de pasar el tiempo, mientras sus sobrinos y hermanos jugaban entre los peligros que implica el cuidado de gente alcoholizada.

Cuando los adultos se entregaban al consumo del alcohol y su hermano menor aprovechaba la oportunidad para dedicarse a la drogadicción, quedando los niños ante un ejemplo familiar nada halagador y constructivo. Martín no podía creer que existiera tanta irresponsabilidad entre los adultos y cavilando en sus pensamientos, a veces salía a caminar por las calles del barrio, mientras aquella triste escena, se desarrollaba en el seno de su hogar.

Un día mientras recorría la colonia cerca de su casa, se encontró con una jovencita que le agrado, quien pasaba frente a él con rumbo a una tienda. Con cierta timidez se acercó a la joven y atraído por ella, se inició la conversación. Ella sintió lo mismo que Martín cuando lo vio, por lo que no hubo mucha resistencia de su parte. Martín le pregunto el nombre y ella le dijo: “Me llamo Rosa”. Así comenzó una amistad que día a día fue madurando hasta convertirse en un noviazgo. En ese momento no sabía el joven que estaba muy próximo a encontrar la respuesta de sus inquietudes.

Martín no tardó mucho en descubrir que ambos tenían diferente religión. Él, la tradicional que tienen los mexicanos, mientras que ella comenzaba a vivir bajo el pensamiento evangélico. Esa diferencia no se interpuso en la amistad de estos adolescentes, quienes conocían poco de las diferencias religiosas que existían entre ambas maneras de pensar. En estas circunstancias, Rosa no batallo mucho en invitar a Martín a las actividades de su iglesia. Ni él batalló para aceptar la invitación de acompañar a Rosa a la congregación. De esta manera y sin que la pareja planeara un cambio religioso en la vida de Martín, éste comenzó a ser conocido por toda la congregación a la que Rosa asistía, en compañía de su familia.

En la congregación había mucha armonía. El pastor llevaba buena relación con la familia de Rosa, lo cual facilito que de igual manera se entablara la misma relación con el invitado de ella. De inmediato la congregación inició una campaña de convencimiento hacia Martín, con el propósito de iniciar la visita a su casa con fines evangelísticos. Martín aceptó y a los pocos días se inició el trabajo entre su familia. Los padres de Martín recibieron la visita del pastor de manera respetuosa pero fría, y hasta en cierta medida indiferente, lo cual no hizo que la iglesia cambiara sus planes. El papá de Rosa aun no había aceptado el evangelio, detalle que repercutió en la formalidad del noviazgo que tuvo la pareja.

Los padres de Martín no influyeron en el ánimo de su hijo para que desistiera de la relación con una joven de otra religión, ni se interponían en que Martín participara abiertamente en las creencias de la novia. Pasado un par de años, la señorita fue solicitada en matrimonio, bajo el protocolo cultural de los mexicanos del norte. Los padres de Martín fueron al hogar de Rosa y solicitaron formalmente a la hija de don Pedro, para que contrajese matrimonio con su hijo. La boda se planeó para los meses siguientes, pero se trató de ocultar a los ojos de la congregación, porque la boda se efectuaría no en la religión de los padres de Martín, bajo esa condición se había pactado el compromiso.

Los padres de Rosa no pusieron ninguna objeción, ya que don Pedro era inconverso, aun cuando simpatizaba con el cristianismo. Realizado el compromiso y superados los posibles inconvenientes, llegó el día del enlace matrimonial, Rosa y Martín dejaron de asistir a la congregación unos días antes, para evitar comentarios que posiblemente les hicieran desistir del casamiento por la religión tradicional.

La congregación guardó un silencio expectante, hasta que días después del enlace matrimonial, la pareja regresó nuevamente a la congregación. No se volvió a mencionar nada sobre el asunto. Parecía que todos estaban desconcertados o indiferentes a lo que había sucedido. Martín y Rosa no comprendían aún lo que significaba la decisión que habían tomado para casarse, así como para el testimonio público y la relación de ellos para con Dios. Dios los había llamado a una comisión específica y no estaban cumpliendo con ello. Ellos eran un proyecto de Dios, que el adversario tenia neutralizado.

Eran jóvenes inmaduros que no tomaban aun en serio el llamado que Dios hace a la vida del creyente. Pensaban que lo primero era tener en cuenta la voluntad de los padres. Ignoraban que la palabra de Dios se refiere a este tipo de situaciones, de la siguiente manera: “Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre y a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra; El que ama a padre o a madre más que a mí, no es digno de mí… el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. (Mateo 10:35-39). En situaciones como esta nos damos cuenta de la clase de convicción que tienen los creyentes.

Rosa y Martín no alcanzaron a medir las consecuencias de su acción sobre la obra evangelística que la Iglesia había hecho en la familia de él novio. Por esta ocasión la voz de Dios salió sobrando sin aparente consecuencias. La joven pareja estaba comprando un boleto de ida pero sin regreso, lo cual determinaría el aprecio que las familias de ambos tendrían por el evangelio, principalmente los padres de Martín. Qué importante es que en momentos así, podamos tener claridad sobre el llamado que Dios nos ha hecho. Pero es aquí en donde repercute la relación de una pareja con Dios.

Las cosa volvieron a la normalidad, la pareja se integro a la congregación y con los meses volvieron a insistir en la evangelización de la familia de Martín. Esto cobró fuerza el día que el padre de Rosa dio la sorpresa de haberse convertido totalmente a Cristo. Era un domingo por la tarde, en pleno culto de evangelismo, cuando don Pedro se puso de pie ante la miraba sorprendida de toda su familia y testificó que Cristo era su Salvador. Todos empezaron a manifestar su gozo por medio de la alabanza y palabras de bendición, gracias a que en esa tarde se había ganado una gran batalla, ahora solo faltaba que lo mismo sucediera en la familia de Martín.

Pasaron unos meses y repentinamente se recibió una noticia que sonó terrible en la familia de Martín. Al papá de Martín, le habían detectado cáncer pulmonar con carácter de terminal. El joven creyente apresuro las visitas pastorales al hogar de sus padres, ellos fueron confrontados a los propósitos de Dios para sus vidas y al llamado que el Señor les estaba haciendo para ser redimidos, pero nuevamente la actitud de ellos fue fría, con todo y la prueba por la que estaban pasando. El papá de Martín fue internado en el hospital con carácter de urgencia, a causa de su mal.

Martín muy preocupado lo visitó, acompañado siempre del pastor. Un día al entrar ambos al cuarto del paciente, descubrieron una escena poco común. El papá de Martín estaba conectado al oxígeno y al suero, así como a otros aparatos médicos, con los cuales estaba siendo atendido. Pero con todo ello y lo avanzado de su cáncer, la madre de Martín en forma velada, le estaba dando al enfermo, un cigarro para que lo fumara, el cual apagaron de inmediato al percatarse de la presencia del pastor y el hijo.

Con frialdad muchas personas escuchan el plan de Dios para sus vidas, así como la voz del Creador que les está llamando para ser redimidos. La oportunidad se dejó pasar nuevamente por parte de la familia de Martín. Días después el enfermo murió, la Iglesia se hizo cargo de los servicios funerarios. Martín ejerció su carácter para que así fuera, él estaba entrando en una mayor comprensión del llamado de Dios y su relación con Él, mientras que su familia se alejaba cada vez más.

Llegado el momento de poner en la tumba el ataúd. El pastor dirigió unas palabras al público y después de agradecer el apoyo moral que la gente le había brindado a la familia, se hizo a un lado, para dar paso a la gente que quería depositar las flores sobre la tumba. Martín estaba de pie, frente a la tumba de su padre, serio y profundamente ensimismado en sus pensamientos. El pastor se acercó para darle palabras de aliento y cuando lo hacía, recibió unas palabras del joven, algo que hablaba de su convicción en forma cruda: “Pastor, sabe una cosa, mi padre en este momento se está dando cuenta que sí hay infierno”. El pastor no pudo añadir nada más y se alejó, dejando a Martín solo con sus reflexiones. El papá de Martín había comprado un boleto sin regreso, lo peor es que había sido al lugar equivocado, la condenación eterna.

Lo que pudo ser un proyecto victorioso se convirtió en un fracaso total, algo para lo cual esa vida no fue concedida por Dios. La promesa se esfumó, como se esfuma la esperanza y oportunidad de ser una bendición para quienes rodean al hombre. Dios no le da la vida al hombre, para que viva egoístamente, buscando su propia satisfacción personal. Dios crea al hombre para que experimente su promesa Divina y disfrute la gracia de amar, dar y servir.


Proyecto de vida.

Todos hacemos planes y tratamos de construir nuestras vidas en función de ellos. Pero a veces esos planes no corresponden a la realidad por ser sueños inalcanzables, más que proyectos de vida. Muchos quisieran ser médicos, pero cuando estiman el costo desisten de ello, porque un médico debe estudiar 18 años para lograr la meta que se ha propuesto, para cumplir con el único objetivo que le impone su profesión, “prolongarle la vida a un paciente, cuando menos por unos minutos más”. Con ello se siente satisfecho del esfuerzo académico que hizo un día y se dice: “bien valió la pena estudiar 18 años”, porque he podido cumplir con esta comisión.

Un docente de igual manera estudia 18 años, desde su niñez hasta su juventud y ¿para qué? únicamente para educar a una generación que será productiva en la sociedad por sólo 30 años. Pero muchos han estudiado con ahínco esta carrera y se han dedicado a ella, tratando de dar su mejor esfuerzo y cuando sus pupilos se gradúan, se dicen a sí mismos, satisfechos: “bien valió la pena haber estudiado y batallado con esta generación”. Ún ingeniero estudia 18 años, desde la primaria hasta la universidad, para construir obras que habrán de durar entre 50 y 100 años, o un poquito más y cuando ve su obra concluida se dice a sí mismo: “valió la pena haber llegado hasta aquí”. Orgulloso llega a su casa y le cuenta a su familia las satisfacciones logradas por su obra de ingeniería.

Sin embargo un creyente evangélico no tiene ni la mayor idea de la trascendencia que implica su llamamiento. Estima el costo de muchas cosas y las estima muy por debajo del valor que realmente tienen. Su ministerio o trabajo en la congregación seria uno de esos casos. Evalúa su trabajo eclesiástico y se pregunta ¿valdrá la pena hacer esto para tan poca gente o con tan poca aparente consecuencia? Se olvida que el éxito y felicidad de un creyente estriba en obedecer a Dios y no en mover a grandes multitudes. El éxito consiste en estar en el lugar en que Dios nos puso, no en tener el lugar que nosotros hayamos logrado, o por estar en un lugar de privilegio.

Cuando los creyentes tienen pensamientos de grandeza humana, sin darse cuenta, están menospreciando el ministerio o trabajo que tienen entre la congregación. Se sienten frustrados, aun cuando otros estén dispuestos a darles su apoyo. Y quizás piensan en desistir, de hecho algunos lo harán, pero bueno les fuera considerar que si un alma se convierte a través de ese trabajo, tan preciada fortuna no puede ser menospreciada.

El Señor Jesús estima a esta alma, con un valor absoluto, a tal grado que ni con todo el oro del mundo se puede comprar. De manera que si un creyente por medio de su labor, participa de esa salvación, el valor de su existencia se eleva por las nubes, y también el sentido de su paso por la tierra, gracias a que hizo el negocio de su vida. Realmente valió la pena haber nacido en esta tierra y haber vivido en el evangelio, trabajando entre la grey. Por ello, cada cosa que hacemos en la viña del Señor, debe ser valorada en este sentido y no de manera humana.

Los profesionistas antes mencionados, estarían dispuesto a volver a estudiar, para recibir las satisfacciones que les ha brindado su trabajo, aunque el período de sus obras esté estimado en un valor de duración de 5 minutos, 30, 50, 100 años o más. Mucho más importante es la obra a la que Dios nos esta llamando como creyentes, porque su trabajo no será para 5, 10, 30 ó 100 años. La obra a la que somos llamados es para vida eterna, por lo que debemos ser más cuidadosos de la relación y trabajo de amor que hacemos por Dios y nuestro prójimo, así como con las decisiones que habremos de tomar al respecto. Estamos trabajando para vida eterna, este ensayo se escribió con este propósito, de lo contrario tendría poca importancia haberlo escrito, si no fuera para ese fin.

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