Novela Tia Cande Cap.2

Capitulo II. La Agresión Crece.

Llego el momento de formalizar el noviazgo y luego se dio la petición de mano. Julián llego a casa de Cande, en compañía de su madre y la formalidad se cumplió, una tarde de invierno, cuando el calor de la región, se veía desplazado por el fresco de la sierra. Dos semanas antes de cumplir con las normas de casamiento, surgió una discusión en la que la violencia puso su segundo cimiento, entre la pareja. Julián no estaba de acuerdo en que los padres de ella se involucraran en los preparativos de la boda y refiriéndose a la madre de Cande dijo: “Tu madre esta loca”. Cande reacciono como era de esperarse y dijo: “Con mi madre no te metas” Julián había cruzado una línea más, entre en respeto y la agresividad. Cande no lo percibió así y con ello dejo que el ganara más terreno.

Días después, la boda se ejecuto con todas las de la ley. El viernes la pareja fue acompañada por familiares y amigos, para efectuar la boda civil. A la una de la tarde, la pareja llego a la casa de la novia, en donde ya habían matado un puerco y una res, para agasajar a los cónyuges. Por la tarde inicio el festejo, entre comensales y bailadores. Para la puesta del sol, el ambiente subía su euforia. La cena inicio sin que las parejas bailadores de detuvieran. Ya entrada la noche, la gente se comenzó a retirar, porque el sábado acompañarían a la pareja, hasta el oficio eclesiástico, en la parroquia del pueblo.

El sábado por la mañana, los hombres, parientes y amigos, acompañaron al novio, para que se presentara en la parroquia del pueblo y efectuar el enlace religioso. El novio llego hasta la parroquia, poco antes de las 11 de la mañana. Su llegada fue acompañada de aplausos, mientras se dirigía por el pasillo, hasta el altar en donde lo esperaba la novia y su padre. Una hora después, salieron los novios con rumbo al festejo, el cual había iniciado un día antes, con la boda civil.

Ya en la recepción, los novios fueron recibidos entre aplausos y sonido musical, que amenizo el convite, hasta el medio día del domingo. El sábado por la noche, la pareja se había retirado para encender el fuego de sus cuerpos. Por la mañana se levantaron, para unirse a los desmadrugados y desmañanados, que seguían con el festejo. Las sonrisas maliciosas no se hicieron esperar en el rostro de los asistentes, al ver salir a la pareja del recinto conyugal. Los novios se pusieron en medio de la reunión y los aplausos no se hicieron esperar. La fiesta terminaría con el almuerzo y la comida de medio día.

Dos días después, la pareja salio con rumbo a el municipio de Atoyac de Álvarez Guerrero. Ahí seria el lugar de residencia. Los primeros días, Julián amorosamente llegaba a su jacal, tomaba de la cintura a Cande, le besaba el cuello, hasta que la llevaba a la cama. Entre frases de amor y caricias encendidas, ella se le entregaba todos los días. A veces discutían, pero el le seguía llamando “mi cielo”. El paraíso que ellos habían construido, solo se veía empañado de ves en cuando, por algún insulto o pelea verbal. Se enojaban hasta por dos días, pero luego llegaba la reconciliación, lo cual según ellos, mejoraba la relación: “Porque un poco de sal, sazona mejor al caldo”.

Un año después del casamiento, llego el primer bebe. Cada año y medio se repitieron los alumbramientos. Con la llegada de Daniel, Julián dejo de referirse a Cande, como mi cielo y ahora se dirigía a ella, como mi mujer. Cuando una mujer pierde terreno en el lenguaje verbal de su marido, pierde también terreno en lo emocional y el respeto que este le merece a ella. Bien dijo el profeta chirolico: “Primero la barca de oro y después lavar cagada”.

Los siguientes cinco hijos, se sucedieron al ritmo del primero, así que cuando Armando y sus padres llegaron al municipio guerrerense, Julián y la tía Cande, ya tenían seis chamacos. Armando no conocía a su familia, pero eso no impidió que de inmediato se integrara a los juegos, con todos ellos.

En los primeros años de matrimonio, la tía Cande vio como el trato de su esposo fue cambiando hacia ella. En el noviazgo, cada ves que se dirigía a ella, le decía: “Mi cielo, mi vidita, corazoncito santo”, etc. A los dos años de matrimonio, Julián se refería a ella, como: “mi mujer”, pero después de ese tiempo, los conceptos y vocablos que utilizaba, para señalar o referirse a su mujer, cambiaron más aun. Ahora Julián le decía: “Mi vieja”, “oye vieja”, y hasta el tono era más áspero que el primero.

A los cinco años de matrimonio, la agresión volvió a subir de tono, en la casa de la tía Cande. Bien dice el refrán: “Jarrito nuevo ¿En dónde te pondré?, ¡jarrito viejo! ¿En dónde te arrumbare? Ahora era ¡la fastidiosa, la inútil, la loca!, etc. La vieja canción se podía escuchar aun en la radio de ese tiempo: “Marieta no seas coqueta, porque los hombres son muy malos, prometen muchos regalos y lo que dan son puros…..” Las promesas de amor que recibió la tía Cande, ahora se veía más lejos que cuando ella y Julián eran novios. Lo inesperado, era lo único real. Gritos, insultos, respuestas ásperas, malos modos y golpes, eran la dinámica del hogar, de esa mujer soñadora, que pensó que casándose las cosas en su vida mejorarían.

Julián ganaba poco en el comercio, por lo que lo combinada con actividades del campo, había tiempo para sembrar, pero entre cosecha y cosecha, había un compás de espera, en donde él podía practicar el comercio, la cría y venta de aves de corral, la venta ambulante de lencería o actividades semejantes. El problema en el hogar de esta pareja, no era la escasez de dinero, sino la escasez de romance y promesas cumplidas. La agresión, Cande la permitió desde el principio de su noviazgo y eso con el tiempo, enfrío la relación amorosa.

Un sábado por la noche, los niños estaban juntos, listos para cenar sus frijoles de jarro y su café negro, acompañados por un par de tortillas duras, cuando Armando entro al jacal. El tío llego y se sentó en medio de la familia, saludo al sobrino que recién había llegado y todos comenzaron a consumir, aquellos alimentos que la tía Cande calentara en el fogón. El mayor de los hijos se quejo, porque las tortillas, además de duras estaban frías. Armando se quedo mirando la escena, mientras el tío decía: “Caliéntale la tortilla al chamaco”. La tía Cande dijo. “Ya no hay brazas, ni leña” Julián la miro y dijo: “Pues aunque sea en el sobaco, pero caliéntasela” Uno de los más pequeños ser rió de buena gana, mientras todos quedaron en silencio.

Minutos después, Armando se retiraba hacia su jacal, mientras la familia de Cande se preparaba para ir a tomar el descanso nocturno. La tía Cande llego al lecho, en donde el tío Julián la esperaba. Los niños aun no se dormían. El hijo mayor, Daniel, estaba más cerca de la pareja, que los otros cinco. Entre las penumbras, él y su hermano menor, notaron movimientos extraños, en el lecho de sus padres. En voz baja el segundo hijo, Samuel, le pregunta al mayor: ¿Se están peleando papá y mamá? No, contesto el mayor, en voz baja: ¡están jugando como la otra vez! Los movimientos se volvieron un poco más rápidos, se escucho un pequeño murmullo, luego se escucharon otros extraños sonidos, para luego quedar todo en silencio. Daniel y Samuel se rieron despacito, luego quedaron en silencio, hacer si así podían escuchar algo más.

¿Qué paso? Pregunto el segundo hijo. ¡No se! Respondió en voz baja el mayor y agrego: ¡creo que es una forma de jugar entre los adultos! Es muy extraño ¿no lo crees? Dijo el segundo hijo. Así es, pero es cosa de adultos, lo entenderemos después, cuando ya seamos adultos también. El sueño los venció y se quedaron dormidos, hasta la mañana del día siguiente. El tío Julián se acomodo de nuevo, a la orilla del camastro en que dormía con la tía Cande, tratando de no hacer ruido. Ella le pregunto: ¿No nos oirían los niños? Julián dijo: ¡no creo ya están dormidos!

A las cinco de la mañana, la rutina volvió al hogar de la tía Cande. Todos se levantaron, unos para ir a la labor y los más pequeños para ir a la escuela que estaba en el centro del pueblo. La escuela primaria Juan Álvarez. Un edificio de varios pisos, que tenía un patio trasero, en donde los niños pasaban el recreo y tomaban el famoso desayuno escolar. El edificio esta frente a la plaza de armas. En dicha plaza, los niños se detenían para cortar tamarindos, por la clase de árboles que el municipio había sembrado ahí.

La tía Cande se dirigió a su rustica cocina, mientras que los hombres se encaminaron al pequeño corral trasero, en donde ensillaron dos bestias. Un burrito y una burra. Los ataron para poder hacer la faena. Pusieron costales sobre ellos, luego una rustica silla de montar y apretaron los cinchos, con lo cual aseguraban la estabilidad del que los montara. Los animalitos tomaron agua, del abrevadero y se prepararon para salir al campo.

La tía Cande, había preparado café de jarro, y en una mesa rustica, puso los elementos con que lo acompañarían. Unos jarros, un pequeño recipiente que la hacia de azucarera, un canasto en que estaba envuelto con una mantilla, los bolillos que tomarían los comensales. Ni frijoles, ni mantequilla, solo el pan con el café, era lo que aquellos campesinos acostumbraban a desayunar. El almuerzo luego lo enviaría Cande, a la milpa en la que ellos estarían trabajando.

Los hombres salieron con rumbo a las milpas, los niños salieron minutos después, con rumbo a la escuela del pueblo. Las mujeres comenzaron a juntar la ropa y el jabón, para bajar al río, en donde sobre una piedra, tallaban la ropa, cada vez que tenían que lavarla. El día transcurrió como de costumbre. Pero cerca de las dos de la tarde, la rutina cambio con la llegada de todos los niños, a quienes tenían que alimentar. Todos comían rápido y hacían su tarea, para luego, como a eso de las cinco de la tarde, poder jugar todos juntos, esperando la llegada de los mayores, que regresaban de la labor. Lo borricos resoplaban, al entrar al patio, cada uno de ellos, con una caga grande de leña sobre sus lomos. De ida llevaban a los hombres sobre ellos y de venida cargaban la leña.

Los niños corrieron para ayudar a bajar la carga que los borricos traían y llevar la leña a una cubierta en donde la guardaban, para que cuando lloviera no se mojara y se la pudieran utilizar, cuando calentaran el agua o tuvieran que cocinar. Luego jalaban a los semovientes para meterlos al pequeño corral en donde les daban agua y alimento, el cual constaba de un forraje algo barato y que ellos mismo cultivaban. Cumplida con esta tarea, todos los niños volvían al patio grande, para seguir jugando, hasta las nueve de la noche, en que debían de cenar y bañarse, para ir a dormir.

Los niños se acostaron temprano, el tío Julián quedo en la cocina, acompañado de la tía Cande, con la que empezó a discutir, por asuntos de dinero. Las voces subieron de tono y con ello las palabras e insultos. Los dos hijos mayores escucharon la discusión, pues aun no se dormían. Después de un rato, alcanzaron a escuchar el sonido de un par de bofetadas y luego los sollozos de la tía Cande. Luego oyeron que entro a la habitación, en donde los dos niños se hicieron los dormidos. Minutos después entro Julián y todo quedo en silencio. Cande nunca pensó, que el peor negocio que una mujer puede hacer, es casarse: “porque cuando era soltera no tenia dinero, ahora que estaba casada, menos”.

Al día siguiente la rutina se volvió a repetir, sin más cambios que los que notaron los dos niños, pues don Julia no le dirigía la palabra a la tía Cande y ella hacia los mismo con él. El sábado por la noche, mientras todos cenaban alrededor de la rustica mesa que tenían, el hermano de don Julián y papá de Armando, llego para saludar a la familia. Armando entro también y las platicas se cruzaron, de manera en que Julián y Cande se comenzaron a dirigir la palabra. Los niños se retiraron a dormir y los cuatro quedaron en la cocina.

Una hora después la tía Cande y Julián entraron a la habitación, los dos mayores se hicieron los dormidos. Los padres de ellos, comenzaron a realizar movimientos extraños, sobre el rustico camastro. Luego se escucharon pequeños sonidos de agitación. Minutos después, todo quedo en silencio. El pequeño Samuel le pregunto a su hermano Daniel, en voz baja: ¿Se volvieron a pelear? Daniel contesto: ¡No, creo que ahora estaban jugando de nuevo!, Samuel añadió, ¡bueno!, espero que ya no sigan enojados. Minutos después, el sueño había vencido a todos.
Por la mañana, siendo domingo, Cande se levanto muy alegre y sonriente, mientras que el tío se levanto muy pensativo. Ella estaba más amorosa que de costumbre. Daniel le pregunto a la mamá: ¿Qué festejamos que ahora estas muy contenta? Nada, respondió Cande, solo que hoy me siento feliz y comenzó a servir la mesa. Este día nadie iba a trabajar, parecía que todo seria paz y armonía, en la casa de Cande de las otras tías. Las voces de los primos se escucharon. Llamaban a los niños de Cande, para que salieran a jugar. Los seis niños, salieron corriendo, para unirse a sus primos, que comenzaban con el primer juego del día.

Después de la comida, las tres concuñas se reunieron en el jacal de la tía Cande, mientras los hombres bajaban al pueblo, para tomarse unas copas y los niños iban a la fosa del río, para bañarse y jugar, hasta cerca de las seis de la tarde. Las tres comenzaron a contarse sus penas, las tres eran maltratadas y a las tres las golpeaban sus esposos. Trataban de animarse y de encontrar una posible solución, pero en cuanto a los golpes, no les iba tan mal, había vecinas que las golpeaban más feo y no se quejaban.

La tía Marce, no era dejada, cuando su esposo, hermano de Julián, se atrevía a ponerle una mano encima, ella se defendía con dedos y uñas. Esa actitud le había servido, solo para que el esposo, pensara dos veces, en volver a tocarla. Pero cuando venia borracho, las cosas empeoraban. A Tomaza, le iba como a Cande. Era la más menudita de las tres y por ello se consideraba la más débil. Cuando su esposo le pegaba, ella no se defendía, ni tampoco respingaba, solo se hacia bolita en el rincón, en espera de que su marido detuviera su agresión.
Cada uno de ellas, hablaba de cómo le iba en la feria, así que la solución, no parecía estar al alcance de ellas. La tía Cande estaba cansada. Marce les dijo entonces: “Creo que nosotras tenemos algo de culpa, por esta situación en que vivimos”, “Si desde el principio, no les hubiéramos permitido que nos trataran así, hoy nos tendrían un poco más de respeto, del que nos tienen hoy”.

Dijo Tomaza: “Mi hermana dice que el mal trato y el divorcio, inician en el noviazgo y que si desde ahí no enderezamos el barco, entonces en el matrimonio, el remedio es más doloroso”. La tía Cande añadió: “Con razón dicen que es mejor prevenir que lamentar”. Marce se animo y dijo: “Muy bien muchachas, ha llegado la hora de ponerle un alto a esta situación”. Las tres se animaron, el asunto es que no dijo ninguna, cual seria el remedio para ese problema. Pero ya se había dado el primer paso en ello, tomar conciencia de la situación, para buscar una solución.

A las seis de la tarde, los hombres llegaron algo tomados, los niños regresaban del río, pidiendo de cenar, las tres mujeres se dirigieron a sus fogones y comenzó la tarea de otra semana más. No tardaría mucho, en que de nuevo se desatara la violencia familiar, provocada, comúnmente por los defensores del hogar y “jefes de casa”.

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