Firmeza y Santidad
Aarón Catalán de León
Una de las tareas más difíciles y agotadoras, consiste en confrontar a toda persona con la realidad bíblica y espiritual, lo cual requiere de mucha paciencia y prudencia, así como el uso de los dones que Dios nos da.
Para muchos, dicha tarea resulta agotadora, para otros quizá resulte frustrante. Exhortar, aconsejar y predicar, es confrontar al oyente con su condición de pecado y acechanzas del diablo. Sin embargo, todo este, esfuerzo parece muchas veces no dar resultados.
Se prosigue con la tarea, insistiendo en la labor que nos lleva al evangelismo y enseñanza, para que se establezca una buena relación entre Dios y el hombre, y quienes oyen, vuelven a fallar, ¿por qué esta terrible lucha entre la carne y el espíritu? ¿Por qué algunos fallan y pecan más que otros?
La confrontación
El análisis de este problema espiritual nos hace preguntar si hemos recetado lo indicado, pues continúan dudando. ¿Acaso la falla procede de mí? ¿No será que le pedimos demasiado a la gente? ¿Será problema de entendimiento doctrinal? No es lógico ni práctico vivir entre caídas y levantadas, no es tampoco el propósito del evangelio, pero existe una verdad detrás de todo esto. Primero encontramos que los apóstoles confrontaron una verdad en el libro de Hechos: "Les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo" (Hechos 19:2). El desconocimiento o confusión acerca de esta obra de gracia por parte de Dios, ha provocado que muchos cristianos, experimentan vidas mediocres o la consideren sólo como una emoción con cierto tipo de éxtasis, campañas, predicaciones u oraciones, y cuando arrecia la lucha espiritual se encuentran tan débiles a merced del enemigo que no logran mantenerse de pie y firmes.
Todo ello produce confusión, frustración y hasta derrotismo, desánimo y renuncia a la vida cristiana. Cuán importante es la sana doctrina. Con mucha razón el apóstol Pablo le escribe a Timoteo: "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren" (1 Timoteo 4: 16).
La doctrina de la entera santificación debe sernos clara por la sencilla razón de que nadie puede aspirar a lo desconocido o confuso y, quienes lo hacen, van al rotundo fracaso. El poder existe, sólo que tenemos que estar conscientes de ello, para luego pedido, lo cual requiere de una total consagración al Señor. Su Palabra nos dice: "Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra" (Hechos 1:8).
La verdad se aclara más.
Lo segundo, es dejar que Jesucristo sea el Señor de nuestras vidas. Esa aceptación debe ser clara y real. Existen quienes llaman Señor al Salvador, como se le dice por cortesía a toda persona que tratan. Señor es más que una muestra de respeto que debemos darle a Jesucristo; implica una entrega de nuestra parte que va más allá de simple camaradería o diplomacia.
De acuerdo con la etimología griega, la palabra Kyrios, o Señor, designa señorío. En la cultura hispana la entendemos como amo, dueño, rey, soberano y Señor.
Cierta vez escuché que un miembro de la iglesia repetía con insistencia que el señorío de Cristo reinaba en su vida; Le pregunté qué tan seguro estaba y me contestó que todo lo que poseía era de Dios. Cristo era el Señor de su vida, familia y posesiones. El señorío de Cristo en la vida del cristiano implica entrega y rendición completa para q e sea El quien gobierne todo ámbito de nuestra vida.
La naturaleza humana
El hombre en su naturaleza ha pretendido hacer uso de las cosas, circunstancias y oportunidades, basándose en sus propias fuerzas, criterio y libre albedrío, sin tener la menor intención de sujetarse a las leyes y autoridades humanas o divinas.
A través del escudriñamiento de las Escrituras encontramos información al respecto. Un ejemplo es el siguiente: "Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo" (Hechos 8:18-19).
Hay quienes desean la ayuda y poder de lo alto: pero bajo sus propios términos y normas, esperando que el Señor no intervenga en sus planes y deseos, y aun se esfuerzan en someterse a cierto tipo de liturgias eclesiásticas, cayendo en la imitación, olvidando que lo genuino es lo verdadero de las experiencias espirituales.
El apóstol Pedro respondió: "Tu dinero perezca contigo, .porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero" (Hechos 8:20). Sólo quien ha experimentado realmente el don de Dios ha sido santificado, y es el que ha de permanecer ante toda acechanza del maligno, y así rujan las huestes del mal, se siente seguro, por el poder que habita en él.
La vida de santidades de poder, victoria y firmeza espiritual, no por corto tiempo, pues esta forma de vida es para la eternidad (Hebreos 12:14).
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