Novela Tia Cande Cap.3

Capitulo III. Una Vez Más.

Atoyac de Álvarez Guerrero, ya no es definitivamente, aquel pequeño municipio, que muchos conocieron y que ahora es solo un recuerdo. Bajando de la loma, existía un camino a manera de pasadizo, que bordeaba el río, hasta llegar a la altura del mercado, el cual corría de manera paralela a la avenida Juan Álvarez, en el lado opuesto a la plaza de armas y la escuela primaria, del mismo nombre. Por este pasadizo, la gente del pueblo acortaba la distancia, entre los pequeños barrios y el centro del pueblo. El pasadizo tenía la peculiaridad de acercarse al río, en ciertas partes de este, que hasta se convertía en algunos tramos, en el borde de este. El agua casi tocaba los pies de la gente que transitaba por ahí. Que tiempos aquellos, porque hoy solo son recuerdos.

Al otro lado del río, se encuentra el ticui, un lugarcito en que habitan gentes de trabajo. Caminando desde la loma y el tanque elevado que abastece al pueblo, se llega a los cafetales y las huertas de mando, entre ellas, la conocida huerta del perico. Cuando una persona tenia que subir a la falda de la sierra, lo recibían el candente olor de café y luego se unía a la aromatización, el dulce olor a mango, para rematar con el olor a los pinos y orejones, que poblaban aquel lugarcito. Las gentes de aquella zona, subían a cortar leña, que utilizaban para sus labores domesticas. Pero cuando iban a la plaza de Atoyac, para ir más rápido, tomaban el pequeño pasadizo ya mencionado.
Los hijos de la tía Cande y sus sobrinos, acostumbraban a dirigirse a la escuela por aquel corredor. Armando hijo del tercer cuñado, que apenas había llegado al lugar, se unió a los muchachos, para compartir la rutina de estudiante con ellos. La tía Cande, siempre atenta a las necesidades económicas de su hogar, había conseguido un par de licuadoras y un puesto en el mercado del pueblo, en donde vendería licuados de toda clase y chocó mil, por lo que los niños bordeaban el río, para pasar al puesto de la tía Cande y tomar algo, antes de entrar a clases. Don Julián había conseguido un puesto cercano al de Cande, para vender Iguanas y pollos vivos. Cuando una persona visitaba este lugar, podía caminar por los pequeños corredores del mercadito, entre puestos levantados con madera de segunda y cubiertos por mantas.

Las gentes disfrutaban de toda clase de ofertas. Había frutas de la región, como deliciosos mangos de rios, que despedían un olor a huerto. Los canastos llenos de nanches no faltaban. El melón y la sandia de la región, eran exhibidos también. No faltaban los blanquillos de patio y las iguanas y pollos vivos. Los pollos y gallinas, eran amarrados en racimo, con un mecate. Las Iguanas vivas, amarradas de sus patas por encima del lomo, eran apiñadas unas sobre otras, para ser exhibidas en el puesto que las ofertaba. Guerrero tiene un encanto, no solo en su flora y fauna, también en las costumbres de los pueblos que integran a este estado mexicano.

Aquella primera semana, en que Armando asistiría a la escuela, sus primos lo llevaron por el pasadizo. Bajaron por la cuesta de la loma, se cargaron a la derecha, sobre la ribera del río y comenzaron a caminar por el bordo, en donde en ciertos tramos, solo cabía una persona. El río casi quedaba a los pies de los muchachos, se veía profundo y ancho. Imponente, como si fuera un brazo de mar, solo que sin la olas acostumbradas. Todos marchaban bien formaditos y en fila india. Armando estaba maravillado de aquel paisaje. Avanzaron varios cientos de metros, hasta que doblaron a la izquierda y entraron al mercado, en donde la tía Cande, ya tenía preparado los licuados de chocolate con huevo, para que los niños desayunaran.

Todos los chiquillos se arremolinaron frente al puesto y después de disfrutar la bebida, se despidieron de la tía Cande, dándole las gracias por el licuado que habían tomado. Hijos y sobrinos de la tía Cande, cruzando la avenida Juan Álvarez, para entrar a la primaria del mismo nombre. Todos se dirigieron a sus respectivos salones de clase. Armando quedo en compañía de una prima, que asistía al mismo salón de clase, al que el se estaba incorporando. Las horas pasaron y cumplida la rutina académica, todos los primos se juntaron, para irse juntos. Risas, juegos, brincos y carreras, fueron la mecánica de aquel viaje de regreso a casa.

En los juegos y jaloneos, que los niños venían mostrando, se reflejaban los estragos de la violencia en que ellos estaban siendo educados por sus padres, los cuales quizás no tenia como objetivo, mostrarles a los hijos ese rostro de la vida, pero que de manera sutil, ellos estaban asimilando, en cada ocasión en que los padres, agredían a sus mujeres. Encendidos por la ira, volcaban sus frustraciones y molestias, sobre sus débiles victimas. Esposas que en lugar de ser tratadas como vasos frágiles, eran golpeadas como si ellas fueran un costal de papas. Los hijos llevaban una huella semejante a las de sus madres, las cuales no alcanzaban a vislumbrar el final, ignorando la ley de esta violencia, que dice que: “Todo hijo maltratado, será un padre maltratador” y que “Todo hijo abandonado, será padre que abandone”.

Armando miraba aquellas escenas y traía a su recuerdo, momentos en que fue violentado por su padre. Nunca había visto esa escena sobre la integridad de su madre, pero si la había experimentado en él mismo y en sus hermanos, los cuales se estaban volviendo callados e inseguros. ¿Cómo afecta la violencia familiar, al futuro de los hijos, limitando el desarrollo de sus potencialidades? Armando no tenia la respuesta, pero si la experiencia, la cual seria el derrotero del total de su vida y quizás la de sus hijos, a menos que encuentre el remedio a esta clase de formación humana. Armando era tímido, no era un alumno adelantado y comúnmente era melancólico, quizás por eso recuerda estas escenas en la vida de su tia Cande.

Las siguientes dos semanas de clases, las rutinas hogareñas en aquellos tres hogares, transcurrieron sin más novedad que la descrita hasta aquí. Pero la tormenta estaba por desatarse nuevamente. Don Julián llego por la tarde del día viernes, algo tomado y agresivo. Comenzó por criticar a la tia Cande, refiriéndole la indumentaria que traía puesta: “¿Que fachas son estas en que recibes a tu marido?”. La esposa trato de cambiar el sentido de la discusión y le pregunto: ¿Te sirvo ya de comer?, tratando de calmarlo. El hombre se sentó a la mesa y la tía Cande se apresuro a servirle la comida. El tío Julián, ya traía el ánimo bien dispuesto, para pelear con su mujer.

La tía Cande se esforzó por evitar la confrontación, pero el tío encontraba un pretexto más, para seguir con ella. La tía Cande le pidió a sus hijos que salieran a jugar al patio, con los primos que los estaban llamando a unirse a ellos. Armando que estaba presente, salio al patio con ellos, dejando a la tia Cande, sola en su calvario, ¿él que podía hacer por ella? La discusión entre la tía Cande y Julián, subió de tono. Julián ahora le reclamaba la comida, luego el cuidado de sus hijos, el caso era pelear. Cande trataba de hacer que aquel ogro se convirtiera en manso cordero, lo cual no se puede lograr de la noche a la mañana.

Minutos después, se escucharon gritos e insultos, en boca del tío Julián. De los insultos a los golpes, solo queda un paso y la agresión física no se hizo esperar, llevándose la tía Cande la peor parte de aquella pelea. Julián empujo a la tía Cande y ella trastabillo, pero logro mantenerse de pie. Entonces el se le fue encima y comenzó a abofetearla, ella trato de cubrirse el rostro, con su manos, las cuales recibieron los primeros golpes del tío Julián. El ver la resistencia de su mujer, el energúmeno sujeto, se quito el cinto y comenzó a descargarlo, sobre la indefensa victima, la cual sintió el calor en su cuerpo, al recibir sobre su espalda aquellos golpes.

El hombre sudando, suspendió su violencia. La tía con el rostro cubierto por sus manos, lloraba como una chiquilla. Un par de minutos después, la tía Cande, con sollozos se dejo caer sobre el suelo, sentado y recargada sobre la pared de carrizos, recubierto con barro. El tío salio de aquella rustica habitación, para dirigirse a darle de comer a sus bestias. Minutos después la tia Cande se puso sobre sus pies y prosiguió con sus tareas hogareñas, lavando y preparando los alimentos, para la cena de ese día. Julián decía: “No es hombre el que le pega a una mujer, no es hombre si no le pega otra vez. Que pobre y triste cultura, la de algunos seres humanos.

Cuando los niños regresaron a la cocina para cenar, el tío Julián estaba tirado sobre la litera, durmiendo su borrachera, mientras que la tía Cande estaba con los ojos humedecidos y con el color que dejan los golpes, cuando caen sobre el rostro de una “abnegada” mujer. Los niños preguntaran por el papá, mientras se acomodaban alrededor de la mesa, en donde unos platos hondos de barro, tenían ya servido unos frijoles negros, revueltos con arroz blanco, clásico platillo en esa familia. La tía Cande solo respondió con un: “ya esta dormido, porque mañana se tiene que levantar temprano”. Los dos hijos mayores, la miraron fijamente, adivinando la verdad de lo que había pasado, mientras todos estaban jugando.

Terminando de cenar, toda la familia fue a dormir. Al día siguiente, las concuñas de la tía Cande, que vivían alrededor de su jacal, vinieron para hablar con ella. Los hombres habían salido a sus tareas del día y los niños estaban en la escuela. Las mujeres entraron a la precaria cocina de la tía Cande, en donde la encontraron cocinando un jarro de frijoles, para acompañar a la comida de ese día. La tía Marce entro primero y al notar el color que tenían los ojos de Cande, le pregunto: ¿Te volvió a golpear el miserable de Julián? Un poco turbada y avergonzada, la tía Cande musito un leve “no”, a lo que la tía Tomaza, que venia a tras, dijo: ¿Me vas a decir que te golpeaste el ojo, con la puerta? Cande volvió a responder con otro leve “no”. Las tres mujeres quedaron en silencio, como tratando de escoger las siguientes palabras y comentarios.
La tía Marce rompió el silencio y dijo: ¿Hasta cuando iremos a soportar este tipo de vida? La tía Tomaza dijo: “Hasta que les demos a nuestros hombres, un fuerte escarmiento. ¿Cómo? Pregunto la tía Cande y añadió: “Ellos son más fuertes que nosotros”. La tía Marce dijo: “y además, tenemos que pensar en nuestro hijos y lo que ellos podrían sufrir, si hacemos algo equivocado y de lo que podríamos arrepentirnos”. “Ya, ya, no hagamos un drama”, dijo la tía Tomaza. “Ellos necesitan que hagamos algo drástico, que les sirva de lección y les permita reaccionar y entender que lo que hacen, no es correcto”, “Además, tenemos que hacerlo por nuestros hijos”. Cande se seco las dos gruesas lágrimas que corrían por su rostro. Tratando de ocultar su rabia e impotencia que en ese momento la estaban dominando.

La conversación giro unos minutos más, sobre el problema de la violencia en la que estaban viviendo las tres mujeres y luego giraron la conversación hacia las faenas del hogar y la venta de los siguientes artículos, que llevarían al mercado, el día siguiente, para obtener los recursos económicos, con lo cual apoyaban a la economía del hogar. Además de compartir la responsabilidad económica, con los maridos de ellas, tenían que atender las faenas del hogar y encima de ello, soportar el maltrato familiar. “Si este es un México justo, yo no quisiera vivir en uno injusto”, decía el profeta chirolico.

Las mujeres estaban preocupadas por la compra de la despensa de esa semana y con todo ello, no eran valoradas por sus maridos, los cuales solo se dedicaban a trabajar, emborracharse y dormir la “mona”. Después de ello, volvieron al tema de la violencia, dejando el interrogante de cómo darles un buen escarmiento a los tres maridos golpeadores. Minutos después, las dos mujeres se retiraron a sus jacales, para terminar las faenas domesticas y preparar los alimentos del día. Un par de horas después, los chiquillos volvían de la escuela y entraban corriendo a sus respectivos jacales, para devorar el alimento que las tres mujeres les habían preparado.
Semanas después, la violencia apareció de nuevo en la casa de la tía Cande, una de esas tardes en que llego ebrio el tío Julián, con una actitud intolerante y agresiva. Los muchachos estaban jugando en el patio, con los primos. Armando miro de reojo a su tío y no batallo para imaginarse lo que estaba apunto de suceder. Se dice que el hombre llega, hasta donde la mujer se lo permite y la tía Cande no había puesto limites a Julián, en los primeros atisbos de la violencia, lo cual se inicio desde el noviazgo, ahora estaba pagando las consecuencias de ese error.
La agresividad de Julián se comenzó a desatar, primero con insultos y luego con gritos. La tía Cande trataba a toda costa, de que los muchachos no escucharan la pelea. El hombre la acusaba de ser necia, de no saber hacer bien las cosas. Ella buscaba la forma de convencerlo de sus errores de apreciación y eso hacia que la ira de Julián se encendiera más. Los hijos de ellos, estaban en el patio, jugando cerca de la puerta del jacal y escuchaban por lo tanto, cada cosa que entre los padres estaba sucediendo, por lo que se alejaron un poco, como si con ello pudieran evitar la tormenta que se estaba desatando entre sus padres.

Julián, nuevamente abofeteo el rostro de la tia Cande. Ella de nuevo, trato de cubrirse con sus manos. Pero ante tal situación, ella solo gemía, pero no gritaba, porque no quería que sus hijos escucharan o vieran aquellas escenas, pero el sol no se tapa con un dedo. Repentinamente llego al papá de Armando, para visitar a Julián y a la tía Cande. Este toco la puerta, el silencio le respondió, por lo que volvió a tocar y ante la insistencia, la puerta se entre abrió.

El rostro de la tía Cande apareció en el umbral y con una dulce voz, que decía: “Mira papito, aquí esta tu hermanito” y luego se dirigió al papá de Armando, para decirle: “Pásale mi rey, bienvenido a tu casa”, extendiéndole la mano derecha para saludarlo, mientras que con la izquierda tomaba la punta del delantal, para secarse dos gruesas lagrimas, que estaban rodando sobre su rostro, producto de los golpes recibidos a manos de su marido, hermano del recién llegado..
Don Armando no tardo en advertir lo que estaba pasando y de manera irónica pregunto: ¿No interrumpo? Julián, hermano mayor de don Armando, respondió: “Pásale manito, tu nunca interrumpes”. Armando sonrió y dijo: vengo por mi hijo, ¿no anda por ahí? Justo en el momento en que los niños irrumpían en la habitación, entre risas y escándalo. Armadito mirando a su tío como si lo retara, le dijo a su papá: “que bueno que llegaste, ya es muy tarde y quiero cenar”. Los dos hermanos, cruzaron algunos comentarios intrascendentes y cuando quedaron solos, Armando dijo: ¿Sigues haciendo de las tuyas?, sabes muy bien que mamá grande esta por llegar de los Estados Unidos y si se entera de le pegas a Cande, la vas a pasar muy mal, porque la doña te advirtió que no quería que tocaras a su nuera”.

Julián mirando fijamente a su hermano, le respondió: “Tu no sabes lo que es batallar con una mujer que no tiene la capacidad de pensar bien”. Armando le contesto: “Mamá grande quedo viuda, muy joven y nos supo sacar adelante y sabes bien que a ella no le gusta que nos expresemos así de las mujeres y menos de las nuestras”. Julián conocía de sobra a su madre y sabia que Armando solo le estaba recordando, algo que en la familia de ellos, no era del todo desconocido. “Bueno, bueno, no volverá a suceder de nuevo, voy a tratar de calmarme la siguiente vez”, dijo Julián. Armando le contesto: “Así lo espero por tu bien”

Luego don Armando se retiro, en compañía de su hijo. Armandito tomo de la mano a su padre y se encamino con el. Entonces el niño pregunto: ¿De qué platicaban con mi tío Julián? “De nada importante”, contesto Armando. ¿Verdad que mi tío le pega a ni tía Cande?, pregunto Armandito. ¿Por qué dices eso Armandito? Porque yo lo he visto y también lo escucho, cuando esta sucediendo. ¿Es correcto que un esposo le pegue a su esposa?, pregunto el niño. “Por supuesto que no”, respondió el papá. ¿Verdad qué tu nunca le vas a pegar a mamá? La pregunta del niño, estuvo a punto de quebrantar emocionalmente a don Armando y solo se le nublaron los ojos, con un par de lagrimas, que logro controlar, para que el niño no notara su turbación.
Don Julián y sus hijos cenaron de prisa y así mismo que asearon y fueron a dormir. La pareja quedo en la rustica cocina, ella limpiando lo poco que debía quedar aseado y él, cabizbajo, como meditando en lo que acababa de suceder entre ambos y lo que su hermano le había recordado, con respecto a la sentencia que su madre les había dictado, cuando ellos se habían casado. Ella lo miraba, como reclamándole en silencio. Él la miraba de reojo, como si le dijera que ella tenia la culpa, pues si no lo provocara, el no reaccionaria con violencia. La tía Cande termino el quehacer, esperando una disculpa de su marido, algo que nunca llego.

Julián salio caminando en silencio, no sabia que decir, ni como comenzar un dialogo, que fuera apropiado para el momento. Las palabras de su hermano comenzaron a retumbar en su cabeza. La mamá de ellos, había quedado viuda, sola y sin otra forma de vida, que sembrar la tierra, los había alimentado y educado, en costumbres que no contemplaban el maltrato de la mujer. La señora, que les había dado muestras de carácter, no estaba enterada de la actitud de su hijo y conociéndola, ¿Qué pasaría si cuando ella llegara, le dieran el chisme, de cómo trataba a Cande?

Armando tenía razón. Julián y Cande entraron a la cama, pero las disculpas no llegaron. Por la mañana, Cande se levanto temprano para iniciar su labores domesticas. Los hombres y niños, hicieron lo mismo. Julián antro al jacal, las bestias estaban listas para ir al campo y los hombres también. Julián entro en el jacal, se sentó mientras Cande le servia su jarro de café negro. El tomo un bolillo de mesa y lo comenzó a remojar. Cuando termino de comerlo, Cande le pregunta: ¿Quieres algo más? El respondió con un frío: “no”. Su actitud era de la una victima y no la del victimario.

Todos se pusieron de pie, para iniciar la marcha, con rumbo a las labores, cuando Cande dijo: ¿Te vas nomás así? El se regreso y ella se le colgó del cuello, para darle un sencillo beso, al que le respondió con la misma actitud de un minuto anterior. Ella le dijo: “encima de que yo soy la victima, ¿ahora debo de rogarte también para que me mires? El hizo una mueca y la soltó. Ella se retiro con suavidad y Julián salio tras sus hermanos, que ya estaban montando las bestias. El sol aun no Salía, entre penumbras tomaron el camino a las milpas y se perdieron en ellas, mientras Cande los miraba alejarse. Amaba a su marido a pesar de todo.

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